A mitad de la semana

Toluca: ciudad de baches y promesas

Por: Julián Chávez Trueba

Toluca, la capital del Estado de México, pareciera cada vez más una ciudad diseñada para la resignación ciudadana. Basta recorrer sus calles principales —Isidro Fabela, Venustiano Carranza o Paseo Tollocan— para confirmar que los baches ya no son un problema aislado, sino parte del paisaje urbano, como si fueran esculturas involuntarias del abandono.

Metepec, Pueblo Mágico, pierde su encanto con avenidas como Tecnológico, Estado de México, o cualquiera circundante a Infonavit, que se encuentran plagadas de agujeros, los cuales mágicamente convierten cada llanta que se sumerge en ellos, en una factura innecesaria, situación que no debiera ocurrir si contaran con el mantenimiento requerido.

Se nos dice que hay inversión en infraestructura, que llegan millones de pesos para reparar las vialidades, que se lanza un programa nuevo cada año. Pero lo que se ve, lo que se vive, es otra cosa: la llanta ponchada, el rin torcido, el tiempo perdido en tráfico por obras mal planeadas o eternas. Y lo más indignante: la indiferencia de las autoridades, que parecen pensar que los ciudadanos tenemos la paciencia infinita para soportar este viacrucis diario.

La ironía es que en Toluca se habla del “desarrollo metropolitano”, del “progreso regional” y de la “modernidad”, cuando en realidad apenas podemos transitar sin que nuestro coche, bicicleta o incluso nuestros pies caigan en un agujero que no distingue entre colonia popular o avenida principal. ¿De qué sirve inaugurar obras millonarias si lo básico, lo cotidiano, sigue igual de roto?

Este no es un problema nuevo, pero sí es un problema cada vez más grave porque refleja la esencia del divorcio entre gobernantes y gobernados: ellos hablan de planes y programas; nosotros, de parches y remedios caseros. La distancia entre el discurso y la realidad se mide, literalmente, en centímetros de asfalto que nunca llegan.

El ciudadano de a pie ya no exige banquetas bonitas o avenidas modernas, pide lo elemental: que se tapen los baches, que se respete el dinero de sus impuestos, que se cumpla con lo mínimo. Y ahí está el verdadero problema: hemos llegado a un punto en el que pedir lo mínimo suena casi como un lujo.

Ni Toluca, ni Metepec merecen ser unas ciudades de baches y promesas incumplidas. Lo que merecen es respeto, eficacia y compromiso real. Mientras eso no ocurra, estas ciudades hermanas mexiquense seguirán siendo el ejemplo perfecto de cómo la omisión también se convierte en violencia gubernamental cotidiana contra quienes aquí vivimos.