
FESTEJAR A LAS MADRES
- Jimena Bañuelos
- 5 mayo, 2025
- Columnas
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Cuando se dice que la realidad siempre supera a la ficción no vamos desencaminados. Hace una semana el apagón dejó a España no sólo sin luz sino con las dudas de lo vulnerables que somos cuando ésta nos falta. Es cierto que duró unas horas, pero los daños son irreparables y no hay que olvidar a las víctimas de todo esto. Ahora, el Gobierno evade responsabilidades como también lo hizo con la Dana de Valencia, pero la opinión pública no comparte, en gran medida, las explicaciones que nos han dado.
La situación fue particular y la incomunicación con los seres queridos, quizás, fue lo más difícil de llevar para muchos. Si bien es verdad, en mi entorno, una amplia mayoría de vecinos salimos a la calle porque la soledad y el aislamiento nos hizo recordar los peores momentos de la pandemia. Veíamos a los conductores como se las ingeniaban para, sin semáforos, ir cediendo el paso tanto a vehículos como a peatones. También, muchas personas se vieron en la situación de que no tenían dinero, ya que lo único válido era el efectivo. Regresó la expresión: “me ha fiado…” Eso si fue una vuelta al pasado.
Del pasado más reciente hemos aprendido a conformarnos con lo que nos dicen. Está claro que los expertos en la materia son los que pueden dar “luz” a esas explicaciones tan necesarias. Afortunadamente el apagón duró poco, relativamente, aunque por la mente de muchos pasaron los viajes que se tenían planeados para el excelente puente de mayo. Atocha colapsó el lunes y la salida era el miércoles, no había mucho margen de maniobra. Reconozco que tenía mi billete y la ilusión de viajar para ver a mi madre y festejar con ella su día el pasado domingo.
El día de la madre está marcado en el calendario siempre el primer domingo del mes de mayo, y aunque a ésta se la puede celebrar siempre porque madre no hay más que una, me resistía a dejar pasar su fiesta por culpa de un apagón. Los sentimientos mueven montañas y con el servicio de trenes medio restablecido pude abrazar a la persona que me ha hecho ser como soy. Ella es mi ejemplo a seguir. Ella me ha transmitido su fuerza para afrontar las adversidades, pero también me ha enseñado a disfrutar. El cariño se puede demostrar cualquier día porque hacer feliz a una madre es esencial. Cada hijo sabe cómo ver una sonrisa en el rostro de su madre y esa imagen es impagable porque la felicidad es contagiosa. Mi madre me enseñó que su felicidad está vinculada a la mía y, por eso, tras la experiencia más dura que hemos vivido juntas, sólo quiero sonreírle al presente.
Un presente que nunca podrá apagar la complicidad que hay entre nosotras. Hemos vivido muchas experiencias y estoy segura de que nos quedan muchas más. Las que dependan de nosotras serán magnificas y, sin duda, nada ni nadie podrá frenar la fuerza que une a una madre y a su hija.