La falsa meritocracia

La narrativa meritocrática es una falacia. Todas las personas pueden ascender hasta donde su esfuerzo y talento los lleve sin importar su origen, mentira. Todos los individuos pueden alcanzar una movilidad social ascendente si se lo proponen, mentira.

El concepto de meritocracia que se usa en la actualidad está ligado a la idea de que todas las personas sin importar su origen pueden incrementar sus ingresos y ascender en la escala social, sin embargo, la principal crítica radica en desmentir la idea de que los individuos pueden lograr todo lo que se propongan si trabajan lo suficientemente duro para conseguirlo.

No obstante, existen puntos ciegos que no permiten comprender que en el mundo real el mérito no es suficiente para lograr un ascenso laboral y social; los factores que condicionan las oportunidades y hasta donde se puede escalar en sociedad comienzan desde la cuna en la que se nace, pasando por el código postal y las relaciones sociales que se tengan.

Un elemento clave es el patrimonio heredado, y no solo me refiero al capital económico, sino también social y cultural, el cual crea brechas en el lugar de partida de unos y otros, e influye negativamente en la igualdad de oportunidades. En este punto es donde debemos darnos cuenta que “echarle ganas” no es suficiente, pues existen quienes al nacer tienen un futuro asegurado.

Una pregunta que debemos hacernos es ¿Cuántas personas que nacen pobres logran salir de esa condición? En México, de acuerdo con el informe del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY, 2019), 74 de cada 100 mexicanos que nacieron en la línea de pobreza permanecerán en esa condición, nacieron pobres y morirán pobres.

Por ello, al pasar del tiempo es inevitable no mirar por el retrovisor para recordar aquello que se quería ser, y ver en lo que cada uno se ha convertido. El golpe puede ser duro, el sentimiento de culpa y frustración demoledor, pero lo que no se dice es que el lugar que se ocupa en la pirámide social tiene que ver en su mayoría con cuestiones ajenas al propio sujeto.

El corazón de la desigualdad y la falsa meritocracia radica en darnos cuenta como es que hay tan pocas personas que han logrado acumular tanto y una gran mayoría que tiene tan poco, donde se intenta justificar que las personas “fracasan” porque algo les faltó, es decir; es su responsabilidad porque no se esforzaron lo suficiente o simplemente no tienen el talento que este mundo requiere, omitiendo que el contexto determina casi en su totalidad los resultados obtenidos.

En un mundo tan desigual como en el que vivimos salir de la pobreza es casi imposible, pero dejar de ser rico es una labor titánica, para eso, sí hay que “echarle ganas”, pues en el caso de nuestro país los hombres que figuran en las revistas de los hombres más ricos del mundo, es porque heredaron grandes fortunas.

Aun con ello, hay quienes sostienen que los pobres son pobres porque quieren, dejando de lado las condiciones estructurales de desigualdad, donde la distribución de las oportunidades se da de forma inequitativa y el esfuerzo rinde frutos distintos a cada persona.  Pues, los beneficios de las horas de trabajo de la empleada doméstica, el campesino y el vendedor ambulante que laboran de lunes a sábado, jamás serán ni remotamente proporcionales a los de empresarios o servidores públicos que manejan el mismo horario.

La narrativa de la meritocracia es sumamente perversa, ya que vende una soberbia de los ricos donde se empeñan en sostener que aquello que tienen es porque lo merecen. Las historias de aquellos que lograron sobresalir viniendo desde abajo, de una condición de pobreza como tal, son muy pocas, pero existe un interés exacerbado por hacer notar estos casos aislados, pero son eso, la excepción y no la regla.  

Para la generalidad, el tener talento o hacer grandes esfuerzos no les permitirá llegar a obtener lo que soñaron, por lo que es necesario señalar la importancia de generar políticas que redistribuyan de mejor manera las oportunidades y brinden una mejor calidad de vida para todos independientemente de los empleos que tengan.

Es un hecho que no todos podrán ser ingenieros, médicos o abogados, y también es una cuestión de elección, pero ello no significa que no se puedan tener empleos con un salario digno donde las diferencias entre profesiones y oficios sean tan marcadas. Porqué para muchos ser cajera es considerado como un fracaso ¿A qué llamamos fracaso?  No hay nada de malo con tener un trabajo con estas características, el problema es que vivimos en una sociedad que mal paga este tipo de actividades y resulta todo un reto vivir con este ingreso pensando en una familia de cuatro integrantes. Bajo este esquema, no será que lo que deberíamos estar cuestionando es la precarización de los empleos.

Nunca es tarde para repensar y actualizar aquellas ideas con las que crecimos y que poco se han cuestionado a la luz de lo que ofrece la terca realidad, pues nos convencieron o nos dejamos convencer de que la meritocracia existe y esto, no es más que un simple anhelo de una sociedad moderna donde nos dejamos llevar por la confianza en un mundo justo que habría de retribuir a cada uno lo que le toca.

Cotidianamente las personas se sienten mal al darse cuenta que sus metas y objetivos personales y profesionales no se cumplieron, pero el sistema de desigualdad imperante es el que lleva a que los triunfos de unos, descansen en la miseria de otros, que son la mayoría.

Es impostergable reivindicar que es el éxito y que es el fracaso. En cuanto al primero; existe una idea deformada basada particularmente en la obtención de bienes materiales y la acumulación. En cuanto al segundo; tener claro que el sistema meritocrático fracasó, no las personas.

El mérito no ha sido, no es y no será producto de una fórmula de talento + esfuerzo, el mérito que se empeñaron en vender tiene otra nomenclatura que no se nos compartió y radica en factores externos, a veces azarosos y en ocasiones dependerá de la voluntad de un apersona. La fórmula del mérito debe repensarse; herencia + esfuerzo y un toque de suerte, esto, resulta más creíble, pensar lo contrario es vivir en la sociedad de la falsa meritocracia.