Trump contra el Deep State, ¿Realidad política o artilugio electoral?
- José Edgar Marín Pérez
- 23 julio, 2020
- Columnas
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Los últimos dos años diversos analistas internacionales han acuñado el término Deep State (Estado profundo), para referirse a la serie de organizaciones y/o instituciones que de forma metaconstitucional, o bien, de facto, realizan actividades vinculadas con la función pública pero con serios cuestionamientos acerca de la ética de su ejercicio.
Algunas instituciones que han sido seriamente cuestionadas al respecto son el FBI, la CIA, el Departamento de Estado y otros organismos de inteligencia o policiacos que aunque de menor rango, se les vincula a grupos políticos de oposición y grupos empresariales, acusados de terrorismo, violaciones a derechos humanos, pederastia, corrupción y desestabilización del orden mundial.
En este sentido, han surgido los nombres de actores políticos como: Hillary y Bill Clinton, Barack Obama, John Podesta, por citar algunos, así como empresarios como Bill Gates o Elon Musk, entre otros. De hecho, tanto en Europa como en América, algunos medios de comunicación independientes han barajeado que con independencia del lamentable hecho de la muerte de George Floyd (el cual no se pretende minimizar), la organización multitudinaria de marchas y protestas respecto a este suceso han sido gestadas en el seno del estado profundo, con miras a desestabilizar el ya enrarecido ambiente político norteamericano y descarrilar la elección presidencial de noviembre próximo en favor del candidato demócrata Joe Biden.
En este orden de ideas, incluso se ha llegado a acusar directamente al expresidente Obama de entrar al juego político de hacerle la campaña a Joe Biden, recordando que durante su gobierno fue el Vicepresidente de la Unión Americana. Lo anterior, toda vez que Biden por su avanzada edad se encuentra impedido para poder realizar mítines políticos por la situación prevaleciente ante la pandemia mundial de COVID-19, en donde dicho sea de paso, el mismo Obama ha acusado a Trump de haber enfrentado torpemente la crisis sanitaria en razón de la cancelación que hiciera a inicio de su periodo presidencial del programa de salud norteamericana denominado como “Obamacare”, estrategia política de los demócratas que son acusados de utilizar con fines electorales la todavía vigente popularidad del expresidente afroamericano.
Bajo este tenor, surge un cuestionamiento: ¿Qué tanto es verdad y qué tanto es mentira respecto a las actuaciones de un Estado profundo?, Nicolás Maquiavelo considerado el padre de la Ciencia Política moderna escribió durante la época conocida como “el Renacimiento”, una obra que le ha permitido encumbrarse como uno de los mayores estrategas políticos, un libro de nombre “El Príncipe” escrito como una serie de consejos para Lorenzo de Medici, en dicho tratado el autor refiere que en política el príncipe (actor político), debía de tener la fuerza de un león y la sagacidad de un zorro.
Siguiendo esta sintonía, y aplicando esta metáfora a la realidad política norteamericana contemporánea, no queda duda de que Donald Trump cuenta con la fuerza del aparato político del Ejecutivo de los Estados Unidos de América y del Partido Republicano que a partir del próximo 27 de agosto lo tendrá legalmente como su candidato a la presidencia, después de ser entronizado en su Convención Nacional (la cual podría realizarse virtualmente), por lo que trasladarle la culpa de los males del gobierno a los demócratas y al Deep State, podría ser parte de esa sagacidad extrema que exigen los tiempos complicados que pasa una sucesión presidencial que a inicios de año se pronosticaba sería sumamente sencilla de ganar para el magnate neoyorkino.
Sin embargo, en caso de formalizarse en los próximos meses los procesos legales en contra de dichos actores políticos a través de la intervención del Fiscal General de los Estados Unidos, William Barr, a quien se califica de “patriota”, sería una jugada política extraordinaria que fijaría un precedente importante para todas aquellas democracias contemporáneas que se han dejado asfixiar por el tráfico de influencias y presidencialismos enquistados en sistemas que favorecen la proliferación de odios patológicos entre ideologías, clases dominantes e intereses económicos, olvidando rotundamente la riqueza del debate político.
Twitter: @EdgarMaPe