
La residencia cedida de la humanidad
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Indudablemente, la Tierra es el hogar de la raza humana. Es el sitio en donde ha crecido. Aquí, nos ha permitido evolucionar lo suficiente como para pasar de vivir en una cueva, a habitar una cápsula localizada en la órbita del planeta. Todo eso en menos de diez mil años, si es que obviamos el hecho de que ambas situaciones ocurren simultáneamente en nuestros días.
Sin embargo, el tiempo (desde una perspectiva geológica) que la humanidad ha estado ocupando esta única morada, es de apenas un par de semanas. Las montañas que circundan a las grandes metrópolis contemporáneas, después de eones de soledad, silencio y paz, observaron cómo, de la noche a la mañana, unos simios bípedos y lampiños levantaron torres de piedra y acero que actualmente les impiden saludar a la distancia a sus hermanas, localizadas a la distancia.
Nuestra humanidad, esa de la cual decimos que comenzó con una civilización asentada entre el río Éufrates y Tigris, no puede aseverar con total veracidad ningún hecho ocurrido en el pasado reciente. Cuando nos remontamos a los años inmediatamente anteriores a la entrada a la era en la que vivimos, todo se hace aún más turbio.
Pensemos en algunas de las siete maravillas del mundo antiguo. Los jardines colgantes de Babilonia, el coloso de Rodas y el faro de Alejandría. Magnas obras de las que no queda rastro alguno y cuya construcción queda en entredicho por los avanzados conocimientos de los que sus autores precisarían para culminarlas, siendo que, para su época, ese saber no concuerda con la curva de aprendizaje que la ciencia moderna ha planteado.
La gran pirámide de Giza es el único miembro de aquel selecto grupo que todavía sigue en pie. Las interrogantes sobre el yacimiento arqueológico por antonomasia son muchas más. Por ejemplo, los arqueólogos no se ponen de acuerdo para asignarle una antigüedad veraz. Se dice que pudo haber sido terminada alrededor del 2550 antes de la era común, aunque otras hipótesis plantean que la fecha correcta puede estar mucho más atrás, concretamente entre el año 3000 y 8000.
Esta y otras conjeturas nos llevan a pensar que los grandes avances tecnológicos no son exclusivos del siglo XX y XXI. Quizá, en el pasado remoto, florecieron otras humanidades cuya ciencia aplicada pudo haber llegado a niveles iguales o superiores que se tienen en la actualidad, pero que, por la distancia temporal que existe con ellos, toda huella de su paso habría sido borrada por el transcurrir de millones de años.
¿Qué paso con ellas? Tal vez un cataclismo o una seria crisis interna en su sociedad, como a la que aparentemente nos encaminamos, la destruyó de manera definitiva.
El mecanismo de anticitera, una computadora analógica datada en el 200 a.e.c. que tenía como objetivo predecir posiciones astronómicas, la batería de Bagdad, jarras encontradas en Iraq que al parecer habrían dotado a sus propietarios de una pequeña corriente eléctrica para la realización de una tarea desconocida, así como también otros antiguos objetos, hacen tambalear a la forma en la que está escrita la historia.
A su vez, es posible que sean remanentes de esas humanidades perdidas, o, para los más escépticos, muestras de que el ingenio de la raza humana ha tenido altas y bajas.
No cabe duda de que nuestra civilización, a pesar de sus impresionantes hazañas, es un pequeño en el jardín de niños de la Creación, fascinado con las figuras de barro que sus torpes manos pueden hacer e ignorante de lo que aconteció, acontece y acontecerá, pues lo único real para él es solo lo que puede ver y tocar.
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