HABÍA UNA VEZ MI FAMILIA
- Jimena Bañuelos
- 27 mayo, 2024
- Columnas
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Si sobre un escenario te preguntan: “¿Cómo están ustedes?”, la respuesta es de sobra conocida. Un “bien” a pleno pulmón con una sonrisa que lleva implícita muchos recuerdos. El tiempo ha pasado, pero hay cosas que marcan para siempre y sobre todo que se transmiten de generación en generación. Ahí radica la eternidad de un “bien” que nos conecta a todos con el niño que llevamos dentro. Un niño al que hay que dar rienda suelta en más de una ocasión mientras nuestro “yo” adulto está centrado en la rutina del día a día.
A veces no es fácil abrirle la puerta a ese niño, pero ahora hay un sitio en el que eso es inevitable. Nada más poner un pie dentro del Teatro Nuevo Alcalá de Madrid todo cambia. “Había una vez mi familia” son cinco palabras que, probablemente, más de uno las haya leído cantando “Había una vez un circo”. Y no sólo cantando sino visualizando a esos payasos de la tele que reunían a todas las familias frente al televisor. Quizás a los más jóvenes hoy eso les parezca algo imposible, pero hubo unos años maravillosos en los que la música y un gran repertorio de canciones nos hacían sonreír y cantar a todos al unísono.
Es cierto que eso son recuerdos, pero están ahí y de una manera magistral, sobre las tablas, Mónica Aragón, Alonso Aragón, Gonzalo Aragón y Rodrigo Aragón acompañados de un gran elenco de payasos hacen que esos recuerdos vuelvan a cobrar vida. Su apellido, Aragón, tiene mucha historia y mientras nos la cuentan de una manera entretenida e ingeniosa, nos hacen ver, en general, de dónde venimos y lo que somos. Estar orgullosos de nosotros mismos es el principio de esa felicidad que tanto anhelamos conseguir y ésta está en nuestras manos.
Unas manos, las del público, que no dejaron de seguir los acordes de todas las canciones aplaudiendo a la vez. Esos aplausos, sin duda, son parte de esa familia para formar su orquesta. Podríamos grabar estas dos horas de espectáculo y verlas luego en blanco y negro y nos daríamos cuenta de que los asistentes tenían en su rostro esa ilusión de aquellos niños que veían a Gabi, Fofó y Miliki en la televisión, a los que se unieron Fofito y Milikito, pero la esencia siempre fue la misma. Ellos mismos lo cantan, “somos felices al conseguir, a un niño hacer reír”.
Su objetivo, como payasos, está más que conseguido. No sólo han hecho reír a un niño; han hecho reír a todo el mundo porque su éxito es incuestionable. Han cruzado muchas fronteras. Sus canciones son de sobra conocidas, sólo con escuchar sus títulos comienzas a tararearlas. Si digo “Hola Don Pepito”, seguro que mientras lo lees me has contestado “Hola, Don José”. Todos sabemos que Susanita tenía un ratón, un ratón chiquitín. Por supuesto, que hemos ido en el auto de papá a pasear y hemos gritado “pi,pi,pi” emulando tocar el claxon. La barba siempre tiene tres pelos. Con delicadeza hemos tratado a ese barquito de cáscara de nuez adornado con velas de papel. También nos hemos achinado los ojos para ese “chinito de amor”. Hemos contado los huevos de “la gallina turuleca” infinidad de veces y ahora en plena primavera, sin duda, “como me pica la nariz” podría ser la canción estrella de muchos sin la necesidad de estar nerviosos.
En definitiva, esa nostalgia al pasado a la que nos ha llevado Emilio Aragón y Esteve Ferrer con la disculpa de celebrar el cumpleaños de la abuela tiene mucho que ver con la velocidad a la que vivimos. Es cierto que los tiempos cambian, pero quizás, en más de una ocasión, es necesario que nuestra mente nos recuerde y nos pregunte: “¿Cómo están ustedes?” Y nosotros en el torbellino de la vida, valoremos siempre las cosas buenas y nos respondamos, sin ponerle peros a esa vida con un “bien” que nos reinicie para seguir adelante cumpliendo sueños; para seguir, obviamente, viviendo con mayúsculas.