El problema interminable: la violencia
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Muchas veces resulta difícil para nosotros encontrar soluciones para un determinado problema. Sin embargo, nuestro principal error yace en querer buscar la respuesta ahí donde la situación es visible. La mayoría de las veces, las soluciones que queremos darle son de tipo incremental, es decir, buscamos añadir más del elemento que estamos usando como respuesta. Por ejemplo, cuando nos detenemos a pensar en el caos vial que se suele originar por la enorme cantidad de vehículos que están en circulación al mismo tiempo, la solución inmediata que se nos viene a nuestra mente es la falta de infraestructura vial que existe, pero nunca pensamos que, teniendo en cuenta la exorbitante cantidad de personas que habitan en una ciudad y el poco espacio disponible, la solución sería eliminar al automóvil como método de transporte por su tremenda ineficacia, hablando desde un punto de vista colectivo.
Ahora, con la intención de generar un mayor entendimiento, a continuación, relataré un ejemplo de esta tesis, aplicada con éxito en la vida real.
En Brasil, hace algunos años se dio un problema muy grande en el sector salud. Este era la falta de donantes de órganos para aquellas personas que se vieran en la necesidad de realizarse un trasplante. Existían listas interminables de espera que anulaban la posibilidad de estas personas de tener una mejor calidad de vida, o, en algunos casos, de salvarla. La solución a este problema vino del fútbol, más específicamente del Sport Club Recife del país sudamericano. Este club, teniendo una de las aficiones más apasionadas de todo el continente, implementó una tarjeta de donantes de órganos, como si de una membresía se tratara, dándole a los aficionados una razón más para donar órganos, además de a sus propios familiares. Los resultados fueron impactantes. Lograron que 51,000 hinchas de este club se declararan donantes, reduciendo las listas de trasplante de corazón y de córnea a cero.
Teniendo esta reflexión en mente, podemos trasladarnos al campo de la gobernanza de nuestro país. Va de sobra decir que nuestro país está viviendo una ola de violencia que parece no amainar, sino todo lo contrario, se hace más fuerte. La semana pasada fuimos testigos, de cómo circulaban noticias en los medios de comunicación en donde se mencionaban a jóvenes asesinados brutalmente en Lagos de Moreno, en los Altos de Jalisco, así como el asesinato de un ciudadano indio en pleno centro de la Ciudad de México, o también el asesinato de una mujer en una carnicería de Chihuahua. ¿Cómo es posible que la estrategia de seguridad sea de abrazos? Si bien la violencia solo engendra más violencia, el gobierno, que tiene como propósito existencial el promover la paz y la justicia por todo el territorio nacional, se mantiene como espectador y cómplice de la violencia de los grupos criminales y de la negligencia que eso conlleva.
Una de las soluciones a corto plazo es plantarle cara a los criminales, tanto a los que están integrados en el gobierno, como a aquellos miembros de los carteles de la droga. Su mera existencia, en vez de ser alabada y promovida por el imaginario colectivo de ciertos sectores de la sociedad, debería de ser proscrita como enemiga misma de la vida, de la misma forma que los políticos se condenan unos a otros. La base de su sustento, (el narcotráfico), debería ser penado con la humillación pública y el aislamiento vitalicio, a todos los actores involucrados.
La solución a largo plazo, que terminaría con el problema de raíz, sería cambiar la forma en la que se están criando a los niños hoy en día. Aunque este aspecto corresponde únicamente a los padres, el presente nos dice que ya no se puede dejar a su libre albedrío esta función esencial. La inculcación de valores no debe de ser diferente entre un niño u otro, ya que, en su adultez, su forma de actuar se basará en su propia moral.
De esta manera, podemos entender que no hay problema imposible de resolver, sino una vana inversión de atención, tiempo y esfuerzos.
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