MENSAJE. A LA FAMILIA
- Daniel Valdez García
- 27 diciembre, 2025
- Columnas
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Pbro. Dr. Daniel Valdez García
Querida comunidad; amigas y amigos:
Mañana celebraremos la fiesta, de la Sagrada Familia, y quiero hoy compartir este mensaje, espero sea para ustedes cercano e inspirador.
Hay una palabra que, cuando falta, lo desordena todo: **hogar**. No hablo de una casa, sino de ese lugar —a veces un espacio, a veces una persona— donde uno puede existir sin estar a la defensiva. Donde alguien te llama por tu nombre y te recuerda, con hechos, que tu vida importa.
Cuando hablamos de **familia**, hablamos justamente de eso: de la primera red de cuidado que sostiene a un ser humano. No es un adorno cultural ni una idea bonita para discursos. Es la escuela básica de lo humano: ahí se aprende a confiar, a respetar, a compartir, a poner límites, a pedir perdón, a trabajar, a no rendirse.
Y por eso conviene decirlo sin rodeos: **cada familia debería ser un sueño**, un espacio que impulse la vida. Pero cuando la familia se rompe —por violencia, abandono, adicciones, egoísmo, indiferencia, o por el cansancio de no saber pedir ayuda— la vida puede volverse una pesadilla. No por destino, sino por lógica: si el vínculo se debilita, el corazón se endurece; si se normaliza la humillación, el amor se apaga; si nadie cuida, crece el riesgo.
Esta realidad no es teoría. Se ve en la mesa donde ya nadie conversa. Se ve en el niño que aprende a callar para evitar problemas. Se ve en el adolescente que se vuelve “duro” porque se siente solo. Se ve en el adulto que llega agotado, sin herramientas para amar mejor. Se ve en los abuelos que sostienen lo que otros dejaron caer. Se ve en hogares que, por fuera, “funcionan”, pero por dentro están quebrados.
Y aquí hay una frase que debemos recordar con fuerza: **todo ser humano sin familia —o sin un hogar que lo acoja— queda en vulnerabilidad extrema**. Extrema. Porque sin una red mínima, la persona queda expuesta a abuso, explotación, violencia, calle, dependencia, manipulación. La soledad no es solo tristeza: es peligro.
Por eso la familia no es un asunto “privado”. Es un bien social. Cuando las familias se fortalecen, la sociedad mejora. Cuando se derrumban, lo pagamos todos: con violencia, con abandono, con desconfianza, con vidas rotas que después se vuelven cifras.Ahora bien, hablar de familia también exige **valentía**, porque una sociedad se reconoce por lo que protege. Y nuestras decisiones públicas revelan prioridades.
En ese sentido, recientemente en el **Estado de México** se celebró la **despenalización del aborto hasta la semana doce**, y al mismo tiempo se han impulsado medidas que reconocen y tutelan a los caninos como parte del núcleo familiar. No se trata de atacar a nadie ni de despreciar el cuidado animal: claro que el cuidado es bueno.
Pero sí debemos preguntarnos, con seriedad: **¿qué jerarquía de valor estamos construyendo cuando el lenguaje de la protección se vuelve más claro para unos que para otros?** ¿Qué mensaje se envía cuando el más pequeño de los humanos —precisamente el que no puede hablar, votar, exigir ni defenderse— queda sujeto a decisiones ajenas?Aquí no se trata de gritar más fuerte. Se trata de ser coherentes. Una comunidad se mide por cómo trata a los más vulnerables. Y el más vulnerable es el que no puede defenderse.
Defender la vida humana no es una obsesión ideológica: es el mínimo ético que impide que crucemos una línea peligrosa. Porque cuando una sociedad aprende a justificar la eliminación del débil, tarde o temprano encuentra razones para justificar otras eliminaciones: del enfermo, del anciano, del pobre, del “estorbo”, del que no produce.
Cambian las palabras; la lógica es la misma: “si no conviene, se desecha”. Y esa es la ruta hacia una cultura fría.Pero sería injusto quedarnos solo en el diagnóstico. Lo que cambia las cosas es lo concreto. Y lo concreto empieza en casa.
– Cambia una familia cuando se decide que en esa casa **no se humilla**.
– Cambia una familia cuando se recupera algo básico: **la conversación**.
– Cambia una familia cuando se ponen límites con amor, no por control, sino por cuidado.
– Cambia una familia cuando se pide perdón a tiempo, antes de que la herida se convierta en costumbre.
– Cambia una familia cuando alguien tiene el valor de decir: “necesitamos ayuda”, y la pide.
Y cambia una comunidad cuando deja de ver los problemas familiares como “cosa de cada quien” y comienza a organizarse: apoyo real a mujeres embarazadas en dificultad, acompañamiento a niños en riesgo, redes para quien está solo, ayuda para el que se quedó sin trabajo, espacios seguros para jóvenes, protección efectiva para la infancia. La familia no se defiende solo con discursos: **se defiende con presencia, con tiempo y con apoyo concreto**.Hoy la invitación es directa: revisemos nuestras prioridades.
Preguntémonos qué estamos construyendo con nuestras decisiones, con nuestro tiempo y con nuestras palabras. Porque al final, una familia no se salva por suerte: se salva cuando alguien decide amar mejor, hablar mejor, corregir mejor, cuidar mejor.
Que nadie enfrente la vida sin un hogar que lo sostenga. Que nadie sea descartado. Y que no perdamos lo esencial: **la vida humana vale**, la familia importa, y los más pequeños deben ser los más protegidos.Muchas gracias.



