A UN MES DE NAVIDAD: COMIENZA LA MAGIA  

Noviembre se está marchando silenciosamente, como si quisiera pasar desapercibido sin que nadie lo note, pero es evidente que deja tras de sí ese murmullo inconfundible que anuncia que algo especial está por llegar. Basta con pasear por la ciudad para sentirlo: el aire se vuelve distinto, más frío, sin duda, pero también más amable. Las calles parecen inquietas, unas ya lucen sus brillos y otras están a punto de hacerlo. Es evidente que cuando éstas se encienden, con esos primeros destellos de luz se rompe la oscuridad y nace un sentimiento que despierta algo en nuestro interior.

El tiempo tiene la costumbre de avanzar sin pedir permiso. Somos nosotros quienes lo percibimos acorde a nuestra realidad. Hay días que pasan lentos, pesados, como si no fueran a terminar nunca, y de pronto miramos atrás y nos sorprende comprobar lo lejos que hemos llegado. Lo pienso cada vez que hojeo mi agenda. Empezó limpia, ordenada, con ese olor a nuevo que trae consigo la ilusión de los comienzos. Ahora, en cambio, es un pequeño mapa de mi año: páginas dobladas, anotaciones apresuradas, citas canceladas, alguna que otra mancha de café, recuerdos que no caben en una frase. Y aun así, le queda un mes más de vida para acompañarme en esta última parte del camino.

Quizás, por ser el último capítulo emociona tanto la llegada de diciembre. Este mes, sin duda, nos recuerda algo que solemos olvidar: la vida sucede cada minuto y no se guarda nada para más adelante. Sucede estemos listos o no. El tiempo es ese regalo frágil que en muchas ocasiones malgastamos con una ligereza que llega a asustar. Deberíamos aprender a abrazarlo antes de que se nos escape, y por supuesto, nunca debemos posponer lo importante.

Dicen que la Navidad tiene algo de milagroso o de mágico, y aunque no todos crean en milagros, es difícil negar que en estos días se despiertan sentimientos que parecían dormidos. Tal vez sea el recuerdo de la infancia, de aquella época en la que todo parecía posible y las luces nos hipnotizaban como si mostraran un secreto. Tal vez sea que, por unos días, los adultos dejamos de lado las prisas y permitimos que la ternura vuelva a tener espacio. La Navidad no soluciona la vida, pero nos recuerda que la vida sigue mereciendo la pena. Es más, incluso los “Grinch” lo saben, aunque disimulen. Refunfuñan, reniegan de los villancicos, pero basta un pequeño gesto para que algo en ellos se ablande. Nadie resiste por completo a diciembre. Hay un lenguaje silencioso en estas fechas que atraviesa incluso a quienes intentan mantenerse al margen.

Las calles ya brillan, y cada luz encendida acorta la distancia hacia lo que verdaderamente importa: volver a casa, reencontrarse, celebrar que seguimos aquí y que los que no están nos enseñaron las tradiciones que tenemos que disfrutar. Yo ya cuento los días para estar con los míos. Porque ahí, en ese lugar donde las risas suenan más sinceras y los silencios no pesan, es donde la Navidad cobra sentido.

Bienvenidas sean las luces. Bienvenida sea la ilusión que vuelve sin pedir permiso. Que este mes nos abrace con su magia y nos recuerde que lo importante siempre está cerca. Ya casi llega… y ojalá nos encuentre con el espíritu encendido.