A mitad de la semana

Montaje o no 

Por: Julián Chávez Trueba

En redes sociales se ha volcado la opinión pública respecto a si fue o no un montaje el lamentable evento del que fue objeto la presidenta Claudia Sheinbaum, cuando un inconsciente se acercó a ella y la violentó con tocamientos en las afueras de Palacio Nacional.

Recordarán que hace muchos años tuvimos el terrible deceso de la señora Mónica Pretelini, esposa del entonces gobernador Enrique Peña Nieto, hecho que muchos señalaron en su momento como un montaje para desviar la atención del desastre político de aquel entonces. A la postre, se confirmó que tales señalamientos no fueron más que suposiciones imposibles. En esa ocasión, esta columna señaló que no se puede suponer en contra del dolor ajeno, pues hacerlo implica un acto inmoral, carente de valores y perdiendo de vista el sufrimiento íntimo e incalculable.

Hoy se repite la historia. Si bien podrían quedar en el anecdotario las numerosas coincidencias de tan reprobable atentado, no debe la opinión pública partir de la descalificación, sobre todo tratándose de un tema que justamente se intenta erradicar. Revictimizar a una mujer no solo la estigmatiza, sino que exhibe la podredumbre que tenemos en nuestro interior al externar algo así.

Hoy en día, la mujer (como parte activa de nuestra sociedad) busca contar con las mismas prerrogativas que aún no se le han reconocido plenamente. Si bien la ley ya contempla espacios que incluso ponderan la protección de la mujer sobre la del hombre, la sociedad no ha podido (ni sabido) evitar la violencia de género.

Dicho esto, es reprobable la violencia de género, pero también resulta inaceptable que la primera mujer en encabezar nuestra nación no pueda evitar un acto así, y que en los videos no se observe a ningún agente que la separe del agresor. Aquí deberían quedar sin empleo quienes tienen a su cargo la guardia y custodia de nuestra máxima mandataria, pues si un civil pudo llegar a violentarla, también podría haberle causado un daño más severo, incluso irreversible, que esperemos nunca suceda.

Tal vez pudiera explicarse que ese tipo de actos no fueron advertidos por su equipo de seguridad, lo cual es doblemente reprobable: significaría que ni siquiera la primera línea de seguridad nacional tiene la capacidad de detectar o prevenir un acto de violencia de género. De cualquier modo, este hecho abre un boquete impensable en la política pública de seguridad nacional.

Todos miran estos eventos atroces como ajenos, pero esta percepción cambia cuando colocamos en la víctima el rostro de nuestra madre, hermana, esposa o hija. Entonces sí nos duele, y deseamos las máximas penas para los agresores. Ese es el consejo: antes de emitir una opinión banal o cruel, pensemos que aquella mujer podría ser la que más amamos en la vida, para que entonces sí tenga valor nuestra opinión.