Tiempo presente
- Elva María Maya Marquez
- 5 noviembre, 2025
- Columnas
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Entender el tiempo que nos toca vivir, está pasando de largo. Vivimos en una época donde la prisa ha reemplazado al propósito. Las acciones se han vuelto automáticas, casi mecánicas, es como si bastara con apretarnos un botón para comenzar a movernos. No es la razón la que guía, ni la pasión la que impulsa: es la inercia. Las personas ya no hacen las cosas por convicción o deseo, sino porque el ritmo del mundo las arrastra.
Todo parece resolverse con un clic. Vivimos rodeados de accesos inmediatos, de pantallas que nos ofrecen una infinidad de estímulos desde la palma de la mano. Pero esa comodidad digital nos desconecta del mundo real, de lo tangible. Olvidamos a quien está a nuestro lado, ignoramos a quien tenemos enfrente. Nuestra mirada permanece fija en el brillo de un dispositivo, mientras las conversaciones cara a cara se vuelven aburridas e incómodas. No hay manera de adelantar la conversación y llegar a la parte que nos interesa. Así, es como desplazamos el encuentro humano por horas de desplazamiento virtual, donde “scrollear” parece más atractivo que mirar a una persona a los ojos.
La vida moderna se ha vuelto una carrera sin meta. Se nos exige estar siempre ocupados, siempre produciendo. Hacer algo, cualquier cosa, porque quien no produce corre el riesgo de ser desechado. El sistema está diseñado para que nadie se detenga, para que el ocio sea sospechoso y el tiempo libre sea un lujo al que no todos acceden. No hay espacio para preguntarse qué se quiere, por qué se hace lo que se hace, ni si ese camino trazado por otros es realmente el que deseamos seguir.
Miro a tanta gente agobiada, sufriendo por lo que tiene y por lo que no tiene, por lo que no ha conseguido; martirizándose por ideas de lo que deberían ser las cosas, ideas con las que no solo comulga, sino que, encima, cree que son suyas. Ante esto convendría efectuar una revisión crítica de esas ideas, pues un primer paso para ponerse a salvo es comprender que más que “nuestras”, esas ideas nos las ha impuesto la época que nos tocó vivir (Borbolla,2025).
Las personas están atrapadas en una narrativa que dicta qué es valioso, qué es urgente, qué es “correcto”. Se angustian al no cumplir metas, estándares y aspiraciones que no han elegido libremente, pero que asumen como propias. Realizar una revisión minuciosa de esas ideas, es un acto de resistencia. Implica detenerse, cuestionar e incluso, desobedecer. Es la única forma de recuperar el tiempo presente, de reconectar con lo que realmente somos y queremos, más allá de lo que el sistema nos ha enseñado a perseguir.
Si se observa con atención, el acceso inmediato a todo —información, productos, estilos de vida— no ha traído consigo una verdadera diversidad. Por el contrario, ha generado una homogeneidad inquietante: una carrera obsesiva por obtener “lo mejor del mundo”, sin considerar si es algo que realmente se necesita o por qué se desea. Se quiere la casa más lujosa, el auto más costoso, la pareja ideal, los viajes más exóticos, el celular más moderno. Esto ocurre, incluso en los rincones más olvidados, donde las oportunidades son escasas, pero las pantallas muestran lo que otros tienen, disfrutan y aparentemente los hace felices.
¿Cómo aprender a vivir en el presente? ¿Cómo vivir en el momento y el tiempo que se habita? ¿Cómo dejar de preocuparse por cosas que solo están en nuestra mente y que tal vez nunca sucedan? ¿Cómo dejar atrás las exigencias sociales que han hecho que tantas personas se sientan insatisfechas con su vida? ¿Cómo aprender a disfrutar lo que sí se tiene?
La paradoja del presente es que, aunque todo parece estar al alcance, lo que se busca no nace de una necesidad interior, sino de una comparación constante. Se desea lo que se ve, no lo que se vive. Y así, el tiempo presente se convierte en una vitrina de carencias, en una espera eterna por una plenitud que no llega, porque no se construye desde lo propio, sino desde lo ajeno. En este contexto, el aquí y el ahora —ese único lugar donde la vida ocurre— se desvanece. No por falta de tiempo, sino por falta de presencia.




