MIENTRAS LLEGA DICIEMBRE

Se nos llena la boca diciendo que hay que vivir el presente. Lo decimos con convicción, como si repitiéndolo bastara para que el tiempo se detuviera y nos esperara. Pero no. La vida sigue su curso mientras nosotros corremos detrás del calendario. Y así, casi sin darnos cuenta, ya estamos en noviembre… aunque todo a nuestro alrededor grite “¡Feliz Navidad!”.

Porque es cierto que la Navidad llegará, pero parece que tiene prisa. O, quizás, somos nosotros los que tenemos prisa. Desde septiembre ya se intuía su olor a canela y sus luces LED. Ahora, cuando apenas acabamos de inaugurar el penúltimo mes del año, las calles ya lucen las bombillas, los escaparates se preparan y brillan con el entusiasmo de quien no sabe esperar, y hasta los árboles de Navidad estiran sus ramas en los centros comerciales, listos para la foto perfecta. Y claro, Mariah Carey ha vuelto. Como cada año, abre la puerta musical de la temporada con su eterno “All I want for Christmas is you”, despertando entre copos de purpurina al espíritu navideño más madrugador.

Pero entre tanta anticipación, ¿quién se acuerda del presente?

Noviembre está aquí, como siempre, con sus tardes de escasa luz, sus cielos más cubiertos y, lógicamente con planes de manta y sofá. Sin duda, es un mes tranquilo, quizás sea ese puente entre la calma y el ruido venidero. También es la nostalgia que nos invita a mirar hacia atrás, y por supuesto, hacia delante sin ansiedad. No obstante, hay que reconocer que lo estamos viviendo a medias, eclipsado por un diciembre que aún no ha llegado, pero ya ocupa todo el espacio.

La verdad es que el año se nos ha escurrido como agua entre los dedos. Tal vez sea momento de parar un instante, respirar y reconciliarnos con el tiempo. Porque el tiempo no es oro, aunque lo digan. El tiempo es vida, no lo olvidemos. El oro brilla, sí, pero el tiempo se vive. Late. Se nos cuela entre las horas y deja su huella en la piel y en los recuerdos. La vida es eso que sucede mientras colgamos luces y hacemos listas de propósitos. Y quizá ahí esté el truco: recordar que no hay mejor regalo que este instante.

Ser feliz no se compra ni se promete con las uvas de Año Nuevo. Ser feliz es mirarse al espejo y sonreír de verdad, sentirse pleno. No hay que buscar esos ‘peros’ que nos ponemos a menudo. Es cierto que todavía estamos a tiempo de cumplir un propósito pendiente, de intentarlo una vez más, de creer que algo puede cambiar. Eso también es Navidad, aunque no lo envuelva un papel de regalo. 

Los sueños son los que nos mantienen despiertos. Son un gran motor de nuestro presente. Son el hilo invisible que da sentido al camino. Y sí, la Navidad tiene algo de eso: de magia, de ilusión, de segundas oportunidades. La Navidad llegará con ese espíritu especial, pero ojalá no necesitáramos un calendario para sentirla. Ojalá viviéramos con ese mismo espíritu todo el año, con más bondad que apariencia, con más alma que adorno.

Porque la vida, aunque esté rodeada de turrones, mazapanes, luces o regalos, no espera. Se escapa si no la abrazamos, si no la sentimos, si la dejamos ir. Así que, antes de que diciembre nos atrape con su bullicio, regalémonos, de verdad, un poco de noviembre. Escuchemos el silencio, la lluvia, la calma… Escuchémonos a nosotros mismos…Que todavía no es Navidad, aunque el mundo insista.

Y quizá ahí, en ese instante sencillo, encontremos lo que tanto buscamos: la vida misma, sin prisas y con sentido. Esa vida que nos intentan acelerar, pero que únicamente tiene un presente y es: AHORA.