El juego del poder: Conflicto en Medio Oriente

Por: Jesús Humberto López Aguilar

El 21 de junio de 2025 quedará grabado en la memoria colectiva como una fecha histórica para el mundo, y no precisamente por algo positivo. Tras varios días de intensos enfrentamientos entre el Estado de Israel e Irán, Estados Unidos, por orden directa del presidente Donald Trump, se ha sumado a los ataques contra la república islámica, pese a no tener una justificación real para hacerlo. Su motivo, cantado con orgullo y fanfarrearía por el mandatario norteamericano en su conferencia de prensa, se sustenta en la misma narrativa trillada que dio pie al conflicto que sostuvo el país de las barras y las estrellas contra Iraq, hace poco más de veinte años. Me refiero al viejo cuento de la existencia de armas de destrucción masiva y la gran amenaza que esto representa para la paz mundial.

Si bien existen indicios de esfuerzos significativos por parte de la nación persa en desarrollar armas atómicas, no es posible legitimar un ataque de estas magnitudes sin la existencia de una provocación previa. Además, valdría la pena señalar que fue el propio Estado de Israel quien provocó esta escalada sin precedentes en Medio Oriente al acabar con la vida de varios altos mandos iraníes en un ataque relámpago (!).

Es evidente que, en un conflicto armado, no existen ni héroes ni villanos. La guerra, de forma inherente, es una práctica característica de sociedades que aún viven ancladas en la barbarie y en el atraso moral. De ese modo y, por un lado, descontando la interpretación exagerada proveniente de la prensa occidental, es bien sabido que, en Irán, algunas de las libertades civiles están restringidas por su régimen teocrático, a la vez que refuerza de manera constante un discurso hostil hacia el vecino judío. Sin embargo, lo que este último ha hecho, en complicidad con su aliado estadounidense, destaca no solo por su insensatez, al inducir una contienda con un costo humano potencialmente alto, sino por el enorme grado de cinismo y arrogancia que las acompaña.

En febrero de 2022, la comunidad internacional condenó enérgicamente a la Federación Rusa por haber invadido, sin justificación legal alguna, a su adyacente geográfico, Ucrania. En respuesta, el país fue prácticamente borrado del mapa diplomático, económico, social e, incluso, deportivo. Como consecuencia, sus ciudadanos fueron injustamente marginados, como si el castigo no fuera solo para su gobierno, quien realmente llevo a cabo dicha acción, sino para toda su población.

Con todo lo anterior, asistimos a un escenario ya conocido: una nación emprende una agresión ilegítima contra otra. Lo que desconcierta es la ausencia de una reacción equivalente por parte de la comunidad global. No se ha registrado una sola voz en los medios occidentales que desafíen la construcción maniquea del conflicto, donde el estado persa es retratado como el malo de la historia, o que señalen con igual énfasis las acciones de Israel en Gaza como crímenes de guerra. Silencio y más silencio.

Lo más lamentable no radica únicamente en la estigmatización de un pueblo entero – en este caso el iraní – sino en la repetición de un patrón histórico donde Estados Unidos ha demonizado sistemáticamente a sus adversarios. Ya fueron los norcoreanos, vietnamitas, iraquíes, libios y afganos, entre muchos otros más. Todo bajo el discurso redentor de un país que se proclama libertador y cuyo poder fue cimentado en la sangre de los pueblos originarios de América del Norte y en las cadenas de la esclavitud de la raza negra.

El intervencionismo militar estadounidense no responde a una vocación pacificadora, sino a la necesidad de sostener su influencia y economía a través de la guerra.

Nosotros, como meros observadores de una partida donde las grandes potencias se disputan el rumbo de la historia, no podemos hacer más que cruzar los dedos y rezar para que los efectos de un conflicto aún mayor no profundicen nuestras crisis internas, que ya amenazan con acabar con la sociedad como la conocemos.

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