
SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 28 mayo, 2025
- Columnas
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Francisco Javier Escamilla Hernández
En esta ocasión les voy a compartir el origen de tres palabras, que por cómo suenan, me llaman la atención:
La palabra “kiosko” proviene del turco otomano “köşk”, que a su vez tiene raíces en el persa “kushk” (كوشك), que significa pabellón, palacio o estructura elevada. Originalmente, hacía referencia a pequeñas construcciones abiertas en jardines o espacios públicos, utilizadas como lugares de descanso o contemplación, especialmente entre las clases altas del Imperio Persa y, más tarde, del Imperio Otomano.
Estas estructuras eran ligeras, decorativas y con frecuencia abiertas por varios lados, lo que las hacía ideales para disfrutar del paisaje y la brisa. Con el tiempo, la palabra fue adoptada por otros idiomas europeos:
En francés como “kiosque”
En inglés como “kiosk”
En español como “quiosco” o “kiosko” (esta última es una variante más moderna o informal)
Hoy, la palabra se ha adaptado a contextos muy diversos: puede referirse a un pequeño puesto de venta (de periódicos, golosinas o flores), un módulo de atención o incluso estaciones digitales de autoservicio. Pese a su evolución, el término conserva su idea original de ser una estructura pequeña, accesible y centrada en la interacción pública.
La palabra “reloj” proviene del latín tardío “horologium”, que a su vez deriva del griego antiguo “ὡρολόγιον” (hōrológion), compuesto por: “hōra” (ὥρα) = hora y “lógion” (λόγιον) = dispositivo o instrumento. Así, horologium significa literalmente “instrumento para medir las horas”.
Este término fue evolucionando a lo largo del tiempo y a través de las lenguas romances. En español, el paso de horologium a reloj implicó varias transformaciones fonéticas: Se simplificó la palabra, perdiendo el prefijo horo- y quedándose con una forma más breve y práctica. En el español medieval, ya existía la forma “relox”, influenciada por cambios fonológicos propios del castellano. Con el tiempo, la “x” (que en esa época se pronunciaba como una “sh” suave) evolucionó a la “j” moderna, dando lugar a la forma actual “reloj”.
En su origen, el término se refería principalmente a relojes de sol o de agua, y más tarde a relojes mecánicos, cuando comenzaron a popularizarse en Europa durante la Edad Media.
Hoy, reloj engloba desde sofisticados dispositivos digitales hasta torres monumentales que marcan el paso del tiempo, pero su raíz etimológica recuerda siempre su propósito esencial: medir las horas.
La palabra “cascabel” proviene del español antiguo y tiene una etimología interesante vinculada al sonido que produce. Deriva del latín vulgar “quassare”, que significa “sacudir” o “agitar”. De ahí evolucionó hacia una raíz onomatopéyica en castellano que imitaba el sonido tintineante del objeto. El sufijo “-el” se usó como diminutivo o despectivo, muy común en el español para formar nombres de cosas pequeñas o que producen ruido.
Se cree que “cascabel” surgió para imitar el sonido característico del objeto: ese tintineo metálico que se produce al agitar una pequeña bola hueca con un objeto suelto dentro. En lingüística, esto se llama onomatopeya, cuando una palabra intenta reproducir un sonido real (como “tic-tac”, “clic”, o “zumbido”). En resumen, cascabel es una palabra que une sonido, forma y función, con raíces en el latín y una fuerte carga onomatopéyica en su evolución al español.
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