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Por: Rocío Hernández Rogel
Hace poco fue día del niño, la niña, la niñe, la niñez, la infancia, como le quieras llamar, el punto fue que se celebró a las y los que nos recuerdan todos los días lo maravilloso que es vivir, pero también lo injusto que puede llegar a ser no gozar de los mismos derechos que otros, recordarnos que como adultos/as a veces nos preocupa más la vocal y el artículo, revisar la mochila, las calificaciones en una boleta, que por lo que llevan en la mochila del corazón.
Quiero escribirte dos escenarios del libreto de la vida, en donde en el escenario uno, aparece el personaje de la adultez, ahí donde miras hacia atrás y te das cuenta que has cambiado muchas cosas que antes te gustaban, te emocionaban, te sorprendían; pero también otras tantas que te daban miedo, te hacían enojar, te dejaban en duda y hoy ya no.
También miras a ese personaje en escena que ya no está con las mismas personas, que unas han trascendido de este plano, otras tantas simplemente han cambiado de estación, algunas nuevas están a bordo. Muchas situaciones y objetos han cambiado, te das cuenta que hoy puedes ser ese adulto, esa adulta que sí se hace cargo y se responsabiliza, entendiendo que la responsabilidad es darle respuesta a la vida ante una situación y que tú eliges cómo dar esa respuesta desde tu libertad, puedes mirar y accionar sobre todas esas niñas, esos niños que merecen tener una infancia feliz, sana, vista y respetada.
Cambias la hoja del libreto y te encuentras con ese personaje mini, con una característica peculiar: su capacidad de asombro, en donde ese asombro lo lleva a querer aprender más, indagar, volverse curioso por la vida, querer encontrar respuestas a todo lo que va encontrando a su paso, pero también se encuentra con una maraña de sensaciones, emociones y sentimientos que por más que quisiera buscar respuesta no puede porque ha descubierto que eso solo se siente y que necesita del otro personaje en escena para ayudarle a comprender qué está pasando. Pero qué pasa si ese personaje, el de la escena anterior, ese que le pusimos adultez, está todo el tiempo ocupado en el trabajo, con los amigos/as, en el teléfono o está todo el tiempo recordándole al personaje pequeño que se parece a otros personajes que no quisiera volver a ver en escena, que él o ella son “culpables” por la situación que hoy atraviesan, o que todo el tiempo lo dejan encargado con alguien más o agregan tiempo escolar porque simplemente son una carga.
Así es, estas líneas van dedicadas a todos esos personajes que hoy estamos en el papel de adultos/as, independientemente si tienes un rol como padre o madre, porque quiero decirte que todo adulto/a debe ser responsable de la niñez, así que cada acto que realices, cada palabra que pronuncies por supuesto que está impactando en la vida de quienes apenas están comenzando a saber de ella, de quienes serán mañana el futuro de nuestro país, a quienes se les va a etiquetar como hoy se les etiqueta “generación de cristal”, pero te tengo una pregunta: ¿quién educó a esa generación de cristal?, por qué no mejor cambiamos al sujeto de esa etiqueta.
Sí, queremos al adulto, a la adulta que necesitábamos cuando éramos niños/as, pero no te confundas, la niñez también quiere límites, llamadas de atención, consecuencias sobre actos, conocer sobre los valores y vivir en libertad, para no vivir en libertinaje.
Así que, adulta, adulto que me lees, sigue recordando a ese personaje pequeño que vive en tu libreto de la vida y permite que sea ella o él quien le siga mostrando que las infancias deben ser felices y al adulto/a que está en escena, que vaya a reparar lo que está roto para que pueda mostrarle que una infancia, no define su destino.
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