SANAR HERIDAS DURANTE LA CUARESMA 8

Miércoles I de Cuaresma

Sacerdote Daniel Valdez García

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.

Hoy reflexionamos sobre el libro del profeta Jonás (3, 1-10), donde Dios le pide predicar sobre la conversión. Observamos que, al ver el cambio de vida de las personas, Dios decidió no enviar el castigo que había contemplado.

En su momento el profeta Jonás exhorta a Israel a no replegarse en sí mismo, a no cerrarse en su propia historia o tradición, creyéndose la única y exclusiva comunidad de los salvados. Como con su predicación Jonás fue una elocuente «señal» para los habitantes de Nínive, así Jesús proclama ser «signo» supremo de la acción misericordiosa de Dios para quienes se abran a su mensaje. El exigir milagros aparatosos por parte de sus adversarios para aceptar la verdad de la fe, no es sino un pretexto más para, permanecer irremediablemente anclados en su incredulidad.

Respondemos a Dios con el hermoso Salmo 50: “A un corazón contrito, Señor, no lo desprecias”. En el Evangelio de Lucas 11, 29-32, Jesús dice que aquí hay alguien más grande que Jonás o Salomón. Jonás exhortaba a Israel a no encerrarse en su propia historia, mientras que Jesús se presenta como el signo supremo de la misericordia de Dios para todos aquellos que estén abiertos a su mensaje.

Una de las mayores tentaciones de nuestro tiempo es la incredulidad, impulsada tanto por opiniones rígidas como por las falsas noticias en redes sociales que crean confusión. Además, hay quienes abusan de la compasión al solicitar ayudas falsas. Esta incredulidad está vinculada al hartazgo social y a un trato inadecuado en los ambientes cotidianos acrecentando las heridas en una sociedad que cada día está más desgarrada. No es algo nuevo, ya que en tiempos de Jesús también hubo falsos mesías. La Iglesia debe predicar a Jesucristo, ya que sin Él, no es verdadera Iglesia. De igual forma, el predicador que no proclama a Cristo se predica a sí mismo.

Recordemos las palabras de San Pablo a los filipenses 2, 6-11: “No hagan nada por egoísmo o rivalidad, sino consideren a los demás como más importantes que a sí mismos. Jesús, a pesar de ser Dios, no se aferró a eso, sino que se despojó para ser un siervo, obediente hasta la muerte en la cruz. Por ello, Dios lo exaltó dándole un nombre que está por encima de todo nombre. Que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Él es el Señor, para gloria de Dios Padre”.

Concluyo con una cita de Mahatma Gandhi: “Me da tristeza que los cristianos no se parezcan a Cristo.”

Amén, Señor Jesús.