
EMERGENCIAS Y URGENCIAS 27
- Daniel Valdez García
- 1 febrero, 2025
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1 de febrero de 2025
Sacerdote Daniel Valdez García
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy primer día de mes y pedimos a la Divina Providencia cooperar a su plan de salvación. Iniciamos el mes del amor y la amistad y dedico esta reflexión número 27 con la temática de Emergencias y Urgencias al amor que nos desafía y nos lleva a la otra orilla.
Ahora, permítanme compartir un momento muy personal. Al partir mi madre de este mundo, sentí la profunda necesidad de que su capilla reflejara toda la dignidad y amor que ella me enseñó junto a mi tía Licho. En una conversación con mi querida amiga, la Dra. Oros, ella me confesó: “Ya no regreso al panteón; mi madre se fue para siempre, ahí ya no hay nada”. Sus palabras resonaron en mí, pero hoy, desde lo más profundo de mi corazón, quiero asegurarles que nuestros seres amados descansan en paz, aguardando el precioso momento de la resurrección. Durante una cirugía de mi antebrazo, caí en paro y experimenté un momento indescriptible al cruzar “a la otra orilla”, y pese a lo inefable de la experiencia, sé que nada en este mundo puede igualar la grandeza de Dios.
Volvamos nuestros corazones al evangelio de San Marcos 4, 35-41. Al atardecer, Jesús nos dice: «Vamos a la otra orilla». Imaginen la escena: en medio de la tormenta, mientras las olas azotan, Él duerme en serena confianza. Y al calmar el mar, pregunta a sus discípulos: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Esta pregunta de Jesús trasciende el tiempo, golpeando suavemente las puertas de nuestro corazón hoy, invitándonos a confiar plenamente en Él.
Jesús nos invita a embarcarnos en este maravilloso viaje de fe hacia “la otra orilla”. Aunque pareciera que nos deja solos, Él está siempre presente, cuidándonos, aguardando el momento en que su amor y milagros inunden nuestro ser de fe y esperanza.
No temamos a la pérdida de esta vida; abracemos con amor la promesa de vida eterna junto a Dios. La llamada de Jesús atraviesa los tiempos para despertarnos y guiarnos en su promesa de un hogar celestial.
Aunque no sugiero que todos debamos vivir momentos extremos como el mío, les invito a abrir sus corazones y experimentar al Dios vivo. Pasar a “la otra orilla” es un hermoso acto de rendición, entregándonos a los brazos de Dios, como un niño que encuentra consuelo y seguridad en su padre, como el amado en los brazos del que ama, como un amigo confiado en la aventura más emocionante de la vida. Dios pasa por nuestra vida y el encuentro debe ser “de ojos abiertos y corazón palpitante”, como dijo San Juan Pablo II.
No teman; el amor eterno de Dios nos aguarda con esperanza y ternura en la otra orilla.
Amén, amén, Santísima Trinidad.