La industria de la juventud

Pretender que la juventud se convierta en un estado permanente y negarse a verla como lo que es, como una etapa de la vida, se ha convertido en una constante en los tiempos modernos. Frases como “los 40 son los nuevos 30”, intentan negar y esconder el ciclo natural de la vida; la vejez, palabra cuya pronunciación se ha vuelto de mal gusto y la sociedad, sin querer reconocerlo, le atribuye valoraciones o adjetivos no solo negativos, sino también ofensivos al considerar que alguien viejo es lento, poco útil, feo y listo para ser desechado.

Sin embargo, la pretensión de ser joven eternamente lleva implícita una cuestión de género que impacta principalmente a las mujeres, a quienes se les exige que luzcan jóvenes, rozagantes y de “buen cuerpo” independientemente de la edad que tengan, pues la juventud es vista como una condición necesaria para ser bella. Pero esta serie de asociaciones no terminan aquí, bajo esta lógica, con juventud y belleza el bienestar físico y emocional de una persona del sexo femenino surge casi de manera espontánea o por lo menos es como lo venden. Y con todo esto, se cierra el círculo, la felicidad ha de tocar a la puerta,

En primer lugar, la belleza es un concepto que la sociedad del consumo ha capitalizado hasta el cansancio con la “promesa” de lograr que más mujeres encajen dentro del estereotipo hegemónico establecido. Para esto, existe la venta de cremas, jabones, tratamientos para la piel, vitaminas, cierto tipo de alimentos, ropa y cirugías que prometen juventud, belleza y bienestar —justo lo que la sociedad valora en una mujer—.

En segundo lugar, hay mujeres que pueden llegar a lucir impresionantes por su físico, pero eso no asegura que tengan un estado óptimo de salud y que se sientan cómodas con lo que ven frente al espejo. Al dejarse envolver por la industria de la belleza (que es visto como sinónimo de juventud), no se dan cuenta que han dejado de ser quienes eran para convertirse en un objeto de consumo evaluable ante la mirada de otros (hombres principalmente).

En tercer lugar, pensar que juventud + belleza = a bienestar y felicidad, es una de las ideas más erróneas que se puede llegar a tener. En el supuesto que se ha generalizado donde la juventud y la belleza ocupan cuerpos principalmente atléticos, cientos de mujeres comienzan a realizar dietas o planes de alimentación tan rígidos que con las cantidades de comida que ingieren, es imposible no permanecer delgadas, pero no saludables, ya que dejan de consumir alimentos necesarios para el funcionamiento del cuerpo humano. Y de la felicidad, mejor ni hablar, pues aun cuando han hecho de todo para cumplir con los estándares para ser aceptadas, son infelices.

Pero este tipo de comportamientos tiene un nombre: midorexia, que es el miedo a envejecer. De acuerdo con la Doctora en Ciencias de la UNAM, Isabel Pérez, la midorexia es un trastorno que se relaciona con la personalidad y se presenta en personas cuyas edades oscilan entre los 40 y los 50 años. María Santos Becerril, académica de la Facultad de Psicología de la UNAM, precisa que una característica de quienes padecen midorexia es la búsqueda de “la eterna juventud”, lo que implica recurrir a todo lo que el mercado pone a su alcance y pueden adquirir para aparentar menos edad y estar dentro del grupo de población joven.

Vivimos en una sociedad que ha exacerbado el culto a la imagen y ha propiciado el rechazo para aceptar la edad. La imposición de patrones estéticos cada día es más alarmante y a edades más tempranas —desde los 25—, las mujeres parecen preocupadas por que están envejeciendo y sin importar atentar contra su salud física y emocional, comienzan a recurrir a diferentes prácticas para lucir jóvenes.

Lejos quedaron los discursos donde ser mayor era sinónimo de respeto y sabiduría. Hoy, a las mujeres no se les quiere perdonar ni una cana, ni una arruga y algún signo de flacidez en la piel, se prefiere recurrir a frases como: “las mujeres nunca dicen su edad”, omitiendo que si algunas sienten pena al decirla, es porque la presión social es demasiado fuerte.

La industria de la juventud siempre encontrará algo más que vender y si las cosas siguen como hasta ahora, la lista de mujeres que se niega a aceptar el curso de la edad por los prejuicios sociales seguirá en ascenso.  Los discursos construyen y legitiman realidades, por lo que se debe comenzar a desmontar la idea de que la vejez es mala y la juventud es buena. El tema se debe mirar de otra forma, ambos conceptos —vejez y juventud —no están tan lejanos como se piensa. El envejecimiento se da todos los días, simplemente llega un punto en el que es más notorio. Un joven de 20 años está envejeciendo, como lo hace un niño de 10.

Hay mujeres que, por sus condiciones de vida, en lo último que han podido pensar es en verse más jóvenes. El maltrato del que han sido víctimas desde temprana edad las lleva a tener un deterioro físico que no hay manera de ocultar, labores de cuidado extenuantes y situaciones económicas que en más de una ocasión les quitan el sueño, son escenarios que probablemente las llevan a un envejecimiento prematuro. Particularmente para ellas, es doblemente injusto que se muestre a la vejez como lo peor que le puede pasar a una mujer, ya que, aunque quisieran invertir en algún tipo de tratamiento por mínimo que sea, no cuentan con los recursos económicos para hacerlo.

Dejemos que la ciencia avance, si esto trae más beneficios para la salud y permite envejecer de mejor manera, adelante, pero que la juventud no se convierta en una obsesión ni en un motivo más para ejercer violencia contra las mujeres.