Hay dos clases de hombres: quienes hacen la historia y quienes la padecen. Camilo José Cela.

Estoy impávido. No logro contener ni la risa, el llanto, el coraje y por ende ni la desagradable desilusión que me producen ciertas palabras, acciones, justificaciones, pero más aún la cobarde ausencia de valor y determinación, esa que catapulta y apunta al firmamento con base en los hechos. Sé muy bien que las palabras son un don y tienen sentido en todo momento, empero, a menudo simplemente se mal emplea cuando las reparticiones de culpas y/o excusas aparecen solo para tratar de alejarse y, acorralados, no se encuentra la llave de eso que dicen es la felicidad. Es entonces cuando la vorágine de pensamientos azota los sentimientos y viceversa para crear y generar caos, paralizando siquiera dar un paso más, tan sólo uno más que pudiera ser el determinante en la vida. Pero como sucede en cada despertar, está la incertidumbre del ciclo de vida, es decir, si la llama sigue ardiendo o poco a poco se extingue. Paradójicamente sucede lo mismo en el deporte en cualquier lugar y en cualquier parte, se ha identificado y es tan solo un suspiro lo que permite avanzar o detenerse por siempre, aunque por supuesto existe junto al temor el fervor de no detenerse, de no abdicar ni sucumbir, es decir, hasta el final y después del mismo las ilusiones se renuevan y, así pues, las de París 2024 no son ni serán la excepción.

Creo fervientemente que debemos sentirnos privilegiados de ser testigos en la historia de cada uno de nosotros, de la vida misma y del deporte en general, entonces además de ser partícipes directos o indirectos de los XXXIII Juegos Olímpicos en la era moderna y de paso darle la dimensión que corresponde a la justa deportiva porque jamás podremos dejar de pensar y sentir que producto de la pandemia por el coronavirus, la edición anterior -Tokio- ciertamente pasaron de ser toda una fiesta a una auténtica sobrevivencia, por lo cual hoy en día sí se podrán saborear las mieles del movimiento olímpico, ya que etiquetados antes de inaugurarse como los mejores Juegos de la historia, -ojalá- hoy nos toca aspirar a mejores experiencias llenas de conocimiento pulcro porque la humanidad debe contar con otras cosas en qué pensar, temas en qué imprimir su dedicación y la firme convicción de ser mejores como personas, sociedad, país y más. El centro del universo nos convoca pues a ser iluminados por el olimpismo y seguir con lujo de detalle su movimiento que este miércoles encontrará ritmo y marcha con el inicio de las competencias como antesala de lo que, protocolariamente, el deporte canalizará a partir del viernes cuando la inauguración -que será una de las ceremonias más recordadas de la historia con miles de atletas navegando por el Sena- conviertan a la ciudad sede en un estadio colocado en el centro del cosmos: un lugar que los parisinos asumen como su espacio particular y donde, el resto de la humanidad cifrará sus esperanzas de bonanza, cambios y deseos de buenaventura, porque eso, es lo que justamente el deporte debe y tiene que generar, amén de la concordia entre las razas.

Sigo y seguiré siendo -mientras respire- sistemáticamente emocional, por ende, al análisis y altas expectativas en nuestros compatriotas que estarán compitiendo, debo ser claro y compartirles -en aras de una buena expresión y mejor sintonía- cómo un kilo, un metro, un minuto, un suspiro, una zancada, una brazada, una mirada, un salto, etcétera, conmina para que la tan ansiada medalla pueda llegar a colgarse alrededor del cuello del hombre o mujer que, gracias a su férrea voluntad y sobre todo determinación, aspiran a ella, pero no como un sinónimo de vida, sino de la determinación de la fuerza, la distancia y el tiempo rumbo al éxito. Sin embargo, creer que el éxito de un atleta de y en éstas dimensiones es tan sólo producto de su esfuerzo y/o de la pequeña porción de fortuna en escena, sería restarle importancia a lo que significa tener valor y entrega, eso que forja el carácter y que hace que un hombre o mujer no solamente aspiren a un logro o una conquista, sino que alcancen la justa medida de lo que implica la competencia leal, por ésta y otras razones es que soy un convencido de que en muchos casos, situaciones y momentos, tiene más peso un octavo lugar que un primero, porque existen atletas cuyas condiciones están muy lejos de sus circunstancias: hay más honor en salir de la nada para llegar al 8°, 9°, 15° o 23° lugar, que pasar del octavo al primero; el carácter se forja como metal al fuego, se trata de hechos son amores, el deporte es amor y es vida.

Pásenla bien!!