La libertad, ¿incompatible con la naturaleza del hombre?
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Con la llegada de nuevos tiempos, la liberalización de la sociedad es un proceso que, sin duda alguna, se ha acelerado. Temas de conversación que hace unos ayeres estaban sumamente estigmatizados, hoy se han sumado al interminable catálogo de lo “normal”.
La rigidez dio paso a la flexibilidad. Básicamente, se podría decir que hay más libertad para actuar sin la necesidad de ser señalado por la sociedad.
Una de estas materias normalizadas es, por ejemplo, la de la legalización de las drogas. La más famosa de todas ellas es muy probablemente la marihuana, una droga psicotrópica que provoca relajamiento y eleva las percepciones sensoriales.
Es defendida por muchos como una sustancia que no tiene efectos negativos en la salud y que, a diferencia de otros estupefacientes, genera poca adicción.
No obstante, como todas las drogas, afecta la experiencia de un individuo de la realidad, en este caso, adormeciendo y aletargando su capacidad de reacción y de razonamiento.
Frente a estos hechos ampliamente comprobados, llama la atención que muchas naciones hayan legalizado su uso. Es aquí cuando entramos al dilema entre la prohibición y la regulación.
Por muchos años, la primera fue la medida eficaz del Estado para desalentar a sus ciudadanos en la ejecución de cierta acción o, como es el caso, en el consumo de cierta sustancia, pero es precisamente la privación de algo, lo que siembra en algunos individuos una irremediable curiosidad por aquello de lo que se ven privados, derivando en un fuerte deseo de obtenerlo.
El resultado de esto sería un interminable juego de busca y caza entre el Estado y los violadores de la ley y que, de paso, traería problemas como la corrupción.
En el otro lado del espectro, tenemos la regulación. Una medida que, si bien no evita la adicción y decaída de muchos, evita la proliferación de la corrupción y de células del crimen organizado, junto con la violencia que eso conlleva.
Se trata, como de casi todo en la vida, de una escala de grises. Pros y contras por ambas partes. Entonces, ¿cómo atajar este problema?
Valdría la pena mirar a aquellos ciudadanos que no se ven en la necesidad de, ni violentar la ley para mantener un vicio, ni de vivir en una situación angustiosa de salud por la adicción a cierta sustancia, es decir, a la mayoría. Aquellos que, conscientes del riesgo que implica una relación con las drogas, se abstienen de su consumo y simplemente viven su vida.
Estos, quienes en su experiencia se han visto seducidos por amistades, pero que han rechazado rotundamente cualquier invitación, son la clave para entender la solución.
Son simples personas, no seres supra humanos, quienes con una fuerte voluntad logran vencer a la tentación.
Encerrar a las infancias en una bola de cristal, negándoles la existencia de males en el mundo, les acarrearía al crecer fuertes traumas que les darían menos armas para enfrentar los problemas de la vida. En cambio, hacerlos conscientes de todo, tanto de lo “bueno” como lo “malo”, a una edad previa a la adolescencia, los revestirá de una mejor capacidad para tomar decisiones.
En suma, es la educación que se le da a los hijos lo que define su personalidad y su desarrollo. Los valores que se busquen inculcar se deben enseñar con el ejemplo, no solo con la palabra ni con una disciplina militar.
Si la sociedad hace esta su máxima, se forjarán hombres y mujeres mucho más virtuosos, reduciendo al mínimo problemas tan críticos como la drogadicción o la violencia.
Hoy, que se achacan situaciones tan graves a la liberalización, poniendo en tela de duda de si el hombre está preparado para la libertad, es importante entender que, como en un trabajo o en la impartición de conocimiento, se debe de capacitar en un inicio al novato para que su desempeño sea el óptimo.
Así como es importante aprender a nadar antes que dar un salto al agua sucede lo mismo que con la marihuana, se debe de formar un criterio antes de siquiera pensar en probarla.
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