Guerra y Paz: El ciclo sin fin
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Cuando ponemos en retrospectiva a los grandes y pequeños conflictos que han sido lo suficientemente importantes para darles un lugar en nuestra Historia, no entendemos el odio que llevo a hombres y mujeres de todas las nacionalidades a cometer el sinfín de atrocidades en las que no vale la pena profundizar.
No obstante, en cuestiones tan cotidianas, somos capaces de canalizar todo nuestro rencor y desprecio a personas que por una u otra razón nos hayan provocado algún disgusto o enojo.
Por otro lado, cuando se trata de construir una identidad, esta no se cimienta en el enaltecimiento de esa filiación por sí misma, sino en la exaltación de ciertas cualidades de ella por sobre la de otras. Es decir, las propiedades de una identidad siempre tienen que compararse con la de otra para que la primera parezca tener más valor.
Esto no es nada nuevo, pero vale la pena poner en la mesa estas características (la irascibilidad y la construcción de la noción de “él ellos y él nosotros”), intrínsecas a la naturaleza humana, y que siglos de desarrollo y avance en las distintas ramas del conocimiento no han podido erradicar porque la genética humana sigue manteniendo los comportamientos que en tiempos primitivos le fueron de gran ayuda para asegurar su supervivencia.
El problema es que, hasta que la evolución no desaparezca hasta el último resquicio de la vida primitiva, lo único que se interpondrá entre el caos y la estabilidad en las sociedades humanas será la voluntad y la sabiduría, esas características que la naturaleza nos otorgó de manera posterior a las ya mencionadas.
Pareciera que por momentos el cauce mismo de los hechos quisiera enseñarnos las consecuencias del triunfo de las primeras, pero el materialismo, máxima definición de la civilización actual, nos distrae de cualquier avance en el desarrollo personal.
Prueba de esto es la nueva tormenta de violencia que se avecina para el mundo. Por si las cruentas disputas internas en las que países como México se ven inmersos no fueran suficientes, nuevas tensiones en Medio Oriente están empujando a naciones de todo el mundo a tomar parte en este nuevo conflicto entre Irán e Israel. Una posible nueva guerra orillará a miles o millones de seres humanos que no se conocen a matarse entre sí, ¿y todo por qué?, ¿por antiguas reyertas entre sus predecesores?, ¿porque así lo ha dispuesto la élite que domina al mundo?, ¿o porque personas pensantes solo siguen los mismos patrones de odio y rencor?
Aquellos que sienten pasión por la historia recordarán con emoción el evento que en plena Primera Guerra Mundial conmovió a Europa. En vísperas de la Navidad de 1914, soldados alemanes, franceses e ingleses hicieron un alto al fuego, sin la previa autorización de sus respectivos mandos, para brindar y darse la mano con motivo de tan especial fecha. Se dice que a lo largo del frente se jugaron partidos de fútbol y se intercambiaron presentes entre soldados antagónicos. A pesar de esto, más tarde, tuvieron que regresar a sus trincheras para seguir peleando la guerra que más tarde se recrudecería y dejaría un gran trauma para el Viejo Continente.
Esta hipocresía, que permite que unos y otros se abracen por algunos instantes y que busquen matarse en algunos otros, representa la inestabilidad de temperamento de muchos individuos.
Enfrascarse en polémicas que escalen más allá de un respetuoso intercambio de palabras solo hará aflorar esos instintos primitivos de los que ya se hablaron en un inicio. Trabajar en uno mismo para lograr controlar aquellos despuntes de emociones y enseñar a los más jóvenes a hacer lo mismo, contribuirá crear una sociedad más estable, tolerante y mucho más asertiva en la resolución de conflictos. Universalizar esta doctrina será vital si se busca eliminar de una vez por todas la siempre presente retórica de “él ellos y nosotros”, poniendo fin de una vez por todas a la división y a los enfrentamientos que surgen una vez más en el mundo para trabajar como grupo en busca del bienestar común.
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