La peligrosa financiarización de la economía
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Adentrarse en el terreno económico ya es de por sí complicado para los no iniciados en este campo, por lo que aventurarse en el territorio de las finanzas es algo casi imposible para la mayoría de los mortales. No hay porque extrañarse, la hoy llamada ingeniería financiera utiliza toda una suerte de estrategias y técnicas que buscan obtener el máximo beneficio con la especulación, invirtiendo y retirando capital de todo tipo de activos, algunos menos extravagantes que otros, pero verdaderamente hay de todo en los mercados, desde las acciones de una compañía tecnológica, hasta los llamados NFT, imágenes digitales respaldadas por una cadena de bloques encriptados que, ciertamente, hoy están en decadencia.
En ese discreto recoveco especulativo, en el que se mueven miles de millones de dólares, es en donde se fraguan las grandes crisis que han asolado a la economía global en los últimos años y a donde se va la riqueza generada por la economía real. Cuando hablamos de una crisis, pensamos inmediatamente en tasas de interés altas, resultado de una temible inflación. No obstante, esta es una mera consecuencia de las prácticas inconscientes y ambiciosas de los grandes poseedores de capital. Todo inicia con una novedad, traducido en el aumento de las expectativas del precio de un activo, usualmente acompañado por una desregularización en materia financiera, por ejemplo, cuando el gobierno deja de establecer topes a la inversión o cuando deja de evaluar de manera constante la liquidez de las grandes instituciones bancarias u organizaciones empresariales. Cuando aumentan las expectativas sobre un activo, los inversionistas promedio, siguiendo el ejemplo de los grandes, buscan obtener beneficios de este, recurriendo en muchas ocasiones a la deuda bancaria para hacerse con este activo. Como si de un virus se tratara, la euforia se va contagiando a nuevos inversionistas, haciendo que la demanda de este activo se dispare hasta las nubes, junto con su precio. Después, cuando los grandes inversionistas empiezan a presentir el desastre, comienzan a vender masivamente sus activos, causando pánico en el mercado y propiciando que todos los tenedores de este activo hagan lo mismo. Su precio, naturalmente, caerá en picada en un abrir y cerrar de ojos, provocando grandes pérdidas para los inversionistas promedio, y lo peor, teniendo que recurrir a fuentes de efectivo para pagar sus deudas, los bancos. Posteriormente, estos últimos, al no poder hacer frente a tal demanda de efectivo por parte de sus clientes, quebrarán, dejando a miles ciudadanos desahuciados. Agravándose la situación al hacerse presente la pérdida del poder adquisitivo y el desempleo, debido a la quiebra de las pequeñas y medianas empresas, vulnerables ante cualquier tambaleo de la economía. Es aquí cuando el Estado entra en el escenario, rescatando a los bancos y las grandes empresas de la ruina, por considerarse demasiado importantes para la economía, mas no apoya, salvo en muy pocos casos, a los cuentahabientes que lo perdieron todo gracias a esa fiebre especulativa de la que no formaron parte nunca.
Los grandes poseedores de capital son los que en ningún momento salen perdiendo, a pesar de que son ellos quienes encienden la chispa del crac económico. Su impunidad alcanza niveles superiores a los de los criminales comunes.
Por desgracia, cada vez más son más las empresas e inversionistas que se dan cuenta de que pueden amasar mayores fortunas no fabricando o vendiendo cosas, sino a través de la especulación.
El desproporcionado porcentaje de beneficios que se queda en los bancos y firmas de Wall Street y otros centros financieros del mundo sirve únicamente para que la desigualdad, tanto en términos de calidad de vida, como de tecnología y accesibilidad, se haga aún más evidente.
En un entorno donde las promesas de prosperidad se hacen cada vez más inalcanzables para las nuevas generaciones, sería pertinente que todos esos poseedores de capital y poder ilimitados sean llevados ante la justicia por el terrible daño que le han hecho a la base de la sociedad, empobreciéndola y haciéndole adoptar una visión conformista.
Existe más riqueza que antaño, el problema es que no habido una justa distribución de ella.
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