LA CRISIS DEL EURO

Fue en los años sesenta cuando surgió la idea de crear una unión económica y monetaria de carácter europeo. La argumentación fundamental para impulsar esa iniciativa, en ese momento se impulsaba mayor estabilidad económica como estandarte y en la práctica la practicidad de un comercio transfronterizo con mayor eficiencia.

Todos sabemos que cuando el “euro” comenzó a circular (lo hizo oficialmente en enero de 1999), reunía la buena voluntad de once países: Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal y España. Ajustaron sus tipos de cambio y y dieron paso a una nueva moneda, cuya política de divisas fue asumida por el Banco Central Europeo.

Tal vez el destino de esta divisa estuvo marcado cuando en un principio era por llamarla de algún modo, una moneda invisible que asumía finalidades contables, sólo tres años después los billetes y monedas de “euro” lograron la circulación, iniciando el retiro de las monedas nacionales.

En una segunda etapa fueron ocho países más los que se agregaron a la iniciativa a favor del “euro”: Chipre, Estonia, Grecia, Letonia, Lituania, Malta, Eslovaquia y Eslovenia.

Para los primeros 10 años se enfocaron los esfuerzos en establecer y ampliar el margen de maniobra de esta divisa, teniendo como primeros desafíos, las crisis económicas en Irlanda, España, Portugal, Chipre y Grecia, cuya resolución eclipsó la certeza y firmeza de bases para la aplicación de esta nueva moneda.

Por ello, para evitar más especulaciones sobre su efectividad, se desarrollaron medidas de emergencia como la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad cuyo objetivo es proporcionar ayuda inmediata a países de la zona euro con dificultades financieras.

Todas estas sombras volvieron a teñir las portadas de los periódicos en lo que ya se considera el martes negro para el euro, la paridad 1:1 con el dólar es una meta imaginaria pero muy certera para confirmar la caída de 15% de su valor solamente en el último año.

El camino hacia la recesión en Europa y tal vez en el mundo, ha comenzado a dibujarse en el horizonte económico, cuyo contexto está rodeado por la alta inflación y una incertidumbre frente a la continuidad del suministro de gas proveniente de tierras rusas.

Atrás ha quedado la fortaleza del euro, puesta a prueba con la crisis del 2008, siguen resonando los tambores de guerra en tierras ucranianas y Europa está resintiendo las consecuencias, como respuesta el Banco Central Europeo ha decidido conservar los niveles en las tasas de interés.

Sólo hace falta ver que las gráficas de la evolución euro frente al dólar, asemejan un electrocardiograma de un corazón europeo enfermo, grave pero estable, que tiene pocas opciones frente a una crisis de índole global.

Esta es la respuesta a la crisis energética generada por la decisión impulsiva de castigar a Rusia, país al que sólo le basta cerrar el grifo para presionar al límite a todo un continente.

La gran pesadilla tiene nombre: Nord Stream 1, gasoducto de la empresa Gazprom, que necesita un milagro para que los trabajos de reparación no terminen en el cierre de sus válvulas. Augurando un desastre geopolítico y socio-cultural sin precedentes, ahogando a Europa entre incertidumbre y malas decisiones.

El problema principal del euro está en la velocidad con la que se toman las decisiones desde la Reserva Federal en Estados Unidos, frente a la lentitud anacrónica con a que se dirigen las políticas económicas desde el Banco Central Europeo.

Nadie hubiera imaginado, que el sueño de formar una comunidad más allá de las fronteras europeas terminaría por convertirse en una pesadilla para el sueño de la sociedad global. Decisiones centralizadas que retardan el progreso y la capacidad de reacción frente a problemas económicos que avanzan a la velocidad de la luz.

Es buen momento para acudir a la mitología y recordar que Europa en griego significa: “la del rostro amplio” aquella princesa fenicia que fue raptada por Zeus, transformado en un toro blanco y que se ganó su confianza por mezclarse con el ganado de su padre, mientras ella recogía flores junto con su séquito en la playa, la misma que por confiar en aquella criatura que por su color parecía un ser lleno de bondad y mansedumbre, pero que escondía un deseo, el de llevarla por la fuerza la isla de Creta. A la llegada, reveló su verdadera identidad, pero era tarde, lo máximo que pudo ofrecerle fue convertirse en reina de la isla.

El “euro” es ese toro blanco al que la comunidad europea le brindó su confianza, en cuyas espaldas subió y desde 1999 ha iniciado un trayecto que no culmina en la isla de Creta, sino en la incertidumbre, en el precipicio económico generado por políticos que atienden intereses globalistas, que no han tomado suficientes lecciones de historia y economía.

Demasiada tecnocracia en el continente, que es cuna de la civilización humana.