SIN TON NI SON

Esta vez me voy a referir a un personaje controvertido, a quien se le ha atribuido un gran poder maligno y que algunos religiosos creen que es el autor del mal en el mundo: El Diablo.
Este ser es la personificación del mal tal como se concibe en diversas culturas y tradiciones religiosas. Se ve como la objetivación de una fuerza hostil y destructiva.
La historia de este concepto se entrelaza, pero desarrollándose de forma independiente dentro de cada una de las tradiciones. Históricamente en muchos contextos y culturas se le dan nombres diferentes — Satanás, Lucifer, Belcebú, Mefistófeles, Luzbel — así como distintos atributos y representaciones. La definición de lo que es un diablo está directamente relacionada con cada cultura.
Según el cristianismo, el Diablo, también conocido como Lucifer o Luzbel, es un ser preternatural maligno y tentador de los hombres (un demonio). En el Nuevo Testamento de la Biblia se le identifica con el Satán hebreo del Libro de Job, con el Diablo del Evangelio Según San Mateo, con la serpiente del Génesis y con el gran dragón del Apocalipsis, todos como un solo personaje.
Debido a la amalgama de tradiciones que confluyen en su construcción, su significado doctrinal es un tanto confuso. En el Libro de Job el Diablo forma parte de los “hijos de Dios”, expresión que proviene de la mitología cananea de Ugarit. Dicha denominación fue usada en el Antiguo Testamento para designar a los Ángeles o emisarios divinos, entidades que tienen gran parte de su origen en el contacto con otras religiones como el zoroastrismo y con paralelos paganos en los cultos egipcios, asirio-babilonios (milenios IV a I a. C.) y grecoromanos. Solo en los escritos judíos tardíos se confronta a Dios con Satán, pues se considera incapaz a la divinidad de producir los males humanos. La doctrina cristiana sostiene que Dios es la fuente y el señor de todas las cosas, mientras que Satán es una criatura, un ángel caído sometido a Dios y no puede actuar si no es con permiso de Dios.
El diablo en diferentes religiones.
En el judaísmo no hay un concepto claro acerca de la personificación de este personaje. En hebreo, la palabra bíblica ha-Satán significa ‘el adversario’ o ‘el obstáculo’, o también ‘el acusador’ (reconociendo que el dios Yahvéh es visto como el juez último). El concepto de diablo se toma directamente del Libro de Job. En este relato, ha-Satan no es un nombre propio, sino el título de un ángel subordinado a Yahveh; él es el fiscal jefe de la corte divina. En el judaísmo, ha-Satan no hace mal, le indica a Yahveh las malas inclinaciones y acciones de la humanidad. En esencia, ha-Satán no tiene poder mientras que los humanos no hagan cosas malas y Dios no le dé permiso. El libro de Job cuenta que después de que Yahveh señala la piedad de Job, ha-Satán le pide autorización para probar la fe de Job. Job siendo un hombre justo es afligido con la pérdida de su familia, de sus propiedades, y más tarde, de su salud, más él sigue siendo fiel a Yahveh. Como conclusión de este libro, Dios aparece como un torbellino, explicándoles a los presentes que la justicia divina es inescrutable. En el epílogo, las posesiones de Job son restauradas y él obtiene una segunda familia para “reemplazar” a la primera, que murió.
En la Torá, este perseguidor es mencionado varias veces. Un momento importante se presenta en el incidente del becerro de oro. El perseguidor es el responsable por la inclinación al mal (yetser harah), de todos los hombres. En la Torá, él es el responsable de que los hebreos construyeran un ídolo (becerro de oro) mientras Moisés estaba en la cima del monte Sinaí recibiendo la Torá de parte de Yahveh. En el Libro de las Crónicas, el perseguidor incita a David a hacer un censo ilegítimo. De hecho, los libros de Isaías, Job, Eclesiastés y Deuteronomio tienen pasajes en los que el dios Yahvéh es mostrado como el creador del bien y el mal en el mundo.
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