SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 14 octubre, 2021
- Columnas
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Continuando con aspectos filosóficos, esta vez me voy a referir a una de las Ideas que han sufrido mayores perversiones y malinterpretaciones: el amor platónico. El amor platónico es una doctrina que desarrolló este filósofo, que como siempre la desarrolla con base en diálogos, en este caso lo hace en “El Banquete”. En el diálogo se relata el encuentro que tuvo lugar en casa del poeta trágico Agatón. Al fin del banquete, Erixímaco propone a los demás comensales conversar acerca de Eros, el amor, sobre el que cada uno de los asistentes deberá realizar un discurso. El último en hablar es Sócrates (Platón incluye, recurrentemente a Sócrates como personaje en sus diálogos, sin que se sepa a ciencia cierta si realmente este sabio y maestro del filósofo realmente participó en los eventos que relata), bien, entonces Sócrates describe la genealogía mítica de Eros, quién fue hijo de Penía (pobreza) y de Poros (ingenio): “Por una parte es siempre pobre, y lejos de ser bello y delicado, es flaco, desaseado, sin calzado, durmiendo a la intemperie, junto a las puertas o en las calles; Por otra parte, según el natural de su padre, siempre está al acecho de lo que es bello y bueno, es valiente, atrevido, perseverante; ávido de sabiduría, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con facilidad, filosofando sin cesar. La sabiduría es una de las cosas más bellas del mundo, y como Eros ama lo que es bello, es preciso concluir que es también amante de la sabiduría, es decir, filósofo; y como tal se halla a medio camino entre el sabio y el ignorante”.
A partir de este diálogo se llega a la definición del amor como el “deseo de poseer siempre el bien”. Es preciso señalar que para Platón el “Bien en sí” y “la Belleza en sí” son lo mismo. “Porque el camino recto del amor, ya se guíe por sí mismo, ya sea guiado por otro, es comenzar por las bellezas inferiores y elevarse hasta la belleza suprema, pasando, por así decirlo, por todos los peldaños de la escala: de un solo bello cuerpo a dos, de dos a todos los demás, de los bellos cuerpos a los bellos comportamientos, de los bellos comportamientos a las bellas ciencias, hasta que de ciencia en ciencia se llega a la ciencia por excelencia, que no es otra que la ciencia de lo bello en absoluto, y así se alcanza el conocimiento del Bien en sí.
Así pues, todos los hombres comparten el deseo universal por el bien y lo bello, deseo que adecuadamente encauzado hace que su espíritu se eleve.
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