El colapso del metro vs. el de la salud

Por: Aquiles Córdova Morán

La opinión pública, en particular la de la Ciudad de México, está justamente conmocionada por el desplome del tramo Olivos-Tezonco de la Línea 12 del Metro, que arrojó un saldo trágico de 26 personas muertas y alrededor de ochenta heridas. Esta desgracia ha provocado, como es normal en estos casos, la pregunta sobre quiénes son los responsables y la exigencia pública de que se les aplique el justo castigo. Sin embargo, el problema es que han resultado ser muchas las manos que han intervenido en la construcción y la posterior operación de la línea colapsada.
Todos los medios coinciden en que la idea original fue del Lic. Marcelo Ebrard, jefe de gobierno del entonces todavía Distrito Federal, y que su propósito era doble: mejorar el transporte de masas y levantar su imagen pública con vistas a su futura carrera política. Para esto último era indispensable que la obra fuera terminada en el periodo del propio Lic. Ebrard, para que fuera él quien la inaugurara, razón por la cual presionó a las empresas constructoras a obviar pasos fundamentales en la validación del proyecto. “El gobierno del entonces Distrito Federal no cumplió con las disposiciones normativas aplicables a la autorización, planeación, programación, presupuestación, licitación, contratación y ejecución de los recursos canalizados al proyecto…” (MILENIO, 5 de mayo). De un informe de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), los constructores tuvieron que improvisar, hacer modificaciones sobre la marcha y trabajar a matacaballo para cubrir el compromiso. De aquí surgieron las fallas de la línea 12.
De acuerdo con esto, resulta indudable la responsabilidad, tanto del gobierno del Lic. Ebrard como de las empresas constructoras: el primero, por colocar su interés político por encima de la seguridad de los usuarios de la línea; las segundas, por prestarse a ejecutar el proyecto sin las garantías indispensables de seguridad para los pasajeros.
Al Lic. Ebrard lo sucedió en el cargo el actual senador Miguel Ángel Mancera, en cuyo periodo el Distrito Federal pasó a ser Ciudad de México. El nuevo jefe de gobierno tuvo pleno conocimiento de los problemas de la Línea 12, como lo prueba la información al público de la situación y la denuncia ante autoridad competente por parte del gobierno de Mancera. Además, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) hizo las observaciones del caso: “Los errores de trazo fueron señalados por la ASF tras cuatro auditorías de inversión física y corresponden a los años 2009, 2011 y 2013”. “Aunque en el sistema de la ASF se reporta que se concluyó el seguimiento de casi todas las observaciones, no se especifica si las mismas se solventaron en sí”. “Por ejemplo, el 11 de marzo de 2014, apenas 16 meses después de inaugurada, dejaron de funcionar 11 de las 20 estaciones, de Culhuacán a Tláhuac, por <<oscilaciones detectadas en las vías, que obligan a los trenes a reducir velocidad>>, según denunció el entonces director del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Joel Ortega Cuevas” (las tres citas son de la columna en MILENIO de Rafael Montes, Rafael López Méndez y Cecilia Ríos).
Tampoco hay duda, pues, de la responsabilidad del Lic. Mancera, porque, conociendo a detalle el problema, no hizo lo suficiente para corregirlas como lo exigía la seguridad de los pasajeros. La enorme carga en movimiento que soportan las vías del tren y las estructuras que las sostienen, así como el uso intensivo de todo el Metro de la CDMX, tenían que provocar fatalmente que los defectos no corregidos se ampliaran y profundizaran rápidamente hasta el colapso final. Por tanto, no es arbitraria la conclusión de que el senador Mancera y sus funcionarios son también responsables del trágico accidente.
Por último, al Lic. Mancera lo sucedió la doctora Claudia Sheinbaum, actualmente en funciones, que también estuvo, desde el principio, bien informada del problema de la multicitada línea. Tenía, pues, la misma responsabilidad, incrementada por el tiempo transcurrido, de corregir las fallas heredadas, independientemente de lo que decidiera respecto a la responsabilidad y el castigo de sus predecesores. Pero no lo hizo; y el derrumbe del tramo Olivos-Tezonco es el testigo de cargo más elocuente e insobornable de su grave omisión.