El objeto de mi deseo
- Julián Chávez Trueba
- 2 septiembre, 2020
- Columnas
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Hace algún tiempo recordaba que cuando querías hacerle saber algo importante a alguien, lo que debías de hacer era escribirle un recadito, estos papeles con valor únicamente para quienes se comunicaban, eran valorados al máximo. Mis hermanos comentan que en alguna ocasión intercambiaron su compilación de canciones a sus mejores amigos para que la disfrutasen solos o acompañados.
El libro de fotos o álbum, se llenaba mediante un proceso ritualístico; al ingresar las fotos poco a poco, una a una, colocando nombres de quienes aparecen en aquella foto se disfrutaba el gusto de la crónica y además, se montaba el escenario para que aquel espectáculo resultase todo un suceso cuando a los seres queridos, se fueran recordando anécdotas y viejas historias con cada fotografía.
El día de hoy, nuestra vida ha cambiado, todo ese ritual se ha perdido casi por completo, el compartir música o recados es cosa de un botón y eso ha hecho que se pierda el objeto de nuestro deseo, esa pequeña parte concebida en las manos de alguien que, con cariño, temor y hasta vergüenza nos compartió abriendo sus sentimientos.
¿Se ha perdido el objeto especial, ese objeto de deseo? Yo creo que sí, ahora las sensaciones están a flor de piel. Todas las herramientas informáticas han hecho que nos acerquemos de múltiples formas con los seres queridos, dando una falsa sensación de igualdad entre el ritual y la tecnología, dando lugar a sensaciones fáciles y sencillas, pero efímeras y vanas, es decir, la practicidad de las formas provoca que el propio acto pierda valor. Un ejemplo claro de esto es la música; no se trata de gustos ni de géneros, solo vayan y revisen las listas de reproducción del año 2011, ya no se escuchan en el radio ni en antros y se sienten aburridas y obsoletas, ¿por qué? Porque se han desgastado rápidamente, cansan, rápido llegan y rápido se van. Otro ejemplo: las compilaciones de fotos, díganme ¿cuántas fotos tenemos en nuestros celulares y cuántas veces las hemos visto? ¿cuántas fotos se quedaron en el anterior celular sin que hagamos algo por ellas? ¿cuántas veces nos hemos dispuesto, sentados, a ver nuestras propias fotos en Facebook? Les digo cuando, nunca.
Algunos manifiestan que hemos transformado el objeto de nuestro deseo, que las sensaciones perduran y los sentimientos también, pero esta idea se languidece cuando pensamos en las veces que vemos la misma fotografía en nuestro celular, nos ha hecho añorar, realmente son pocas porque estamos en un consumismo de estímulos, donde cada día podemos ver literalmente miles de fotos que nos generan emociones y en tal escenario, pues no tendremos interés en ver las propias.
Existe un reto mayúsculo para todos los que vivimos en esta época, porque valoramos mucho la compañía, añoramos los abrazos de cumpleaños y convivir con la familia, pero a la vez, todo el mundo tecnológico hace tan fácil compartir lo que pensamos que pareciera ser igual, pero sabemos que no. Hoy una opinión se diluye en la expresión colectiva y el individuo pierde valor, perdiendo valor también sus emociones. No hay espacio para pensar igual o parecido, hay que pensar diferente, aunque esto conlleve a ser objeto de mofas y burlas, hay que estar dispuesto a tal ridículo con la promesa de alcanzar un lugar único entre tantos únicos, un espacio de éxito y triunfo entre las personas circundantes.
Yo creo que jamás regresaremos al objeto de nuestro deseo, quienes ojeamos libros y revistas y degustamos desde ese momento nuestra lectura, darán paso a quienes degusten un libro desde el momento en que recargan su Kindle en socket de la pared. El objeto de deseo terminará y dará paso a un nuevo paradigma que será invaluable para quienes el día hoy, no logren entender la nostalgia de esta opinión.