SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 19 marzo, 2020
- Columnas
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Para distraernos un rato del famoso coronavirus, esta vez voy a referirme a la historia del día de san Valentín —que actualmente se festeja por millones de enamorados de varios continentes. Esta historia tiene sus orígenes en la Roma clásica, en la llamada fiesta februa de los latinos, el cual consistía en un ritual de purificación que heredó su nombre al mes de febrero. Cada año, el 15 de febrero, los romanos homenajeaban a Fauno Lupercio, el equivalente latino del dios griego Pan (el de la flauta), protector de los rebaños, que asimismo representaba la sensualidad masculina licenciosa, expresada en los mitos de faunos y machos cabríos. En este festejo, llamado Lupercalia, los jóvenes romanos corrían por las calles semidesnudos, cubiertos tan solo con una piel de cabra, flagelando a las muchachas que encontraban a su paso con correas de cuero, con la creencia de que este castigo daba fecundidad a sus víctimas. Durante los primeros siglos después de que el cristianismo se erigiera como religión oficial del Imperio romano, los fieles de esta nueva religión continuaban celebrando muchas fechas paganas, tales como la fiesta del Sol invicto y el homenaje anual a Fauno Lupercio. No contenta con estas celebraciones ajenas a la nueva religión, la Iglesia estableció entonces otras fiestas cristianas, en fechas muy próximas a las conmemoraciones paganas. Fue así que, en lugar de la fiesta del Sol invicto, que ocurría alrededor del 21 de diciembre, se instauró la Navidad (como todos sabemos es el 24 de diciembre) y, para terminar con la festividad de Fauno Lupercio, el papa Gelasio I creó el 14 de febrero, el día de san Valentín, un personaje legendario, supuestamente ejecutado en el año 270 por orden del emperador Claudio II.
Según la leyenda, san Valentín había sido llevado al martirio por su práctica de celebrar el casamiento de numerosas parejas, lo que estaba prohibido por el emperador. En realidad, es muy poco lo que se sabe sobre este santo y muchos dudan, incluso, de que haya existido; pero lo cierto es que la narración se fue enriqueciendo con nuevos elementos por los cuales el santo quedaba cada vez más vinculado al amor romántico y al noviazgo (ya en nuestra época, en 1969, la Iglesia católica dejó de conmemorar el martirio de san Valentín por no hallar pruebas históricas de la existencia del personaje).
Volviendo a la leyenda, el culto a san Valentín recorrió, desde Roma, toda Europa y se estableció en Inglaterra, donde se difundió la versión de que el santo era el patrono de los enamorados porque su fiesta ocurre en el momento del año en que los pájaros comienzan a aparearse en el hemisferio Norte. Hacia fines de la Edad Media, el mito cruzó el Atlántico, llevado por colonos ingleses e irlandeses hacia Estados Unidos, donde surgió el hábito de intercambiar en esa fecha tarjetas con alusiones románticas y recados de amor que se llamaron valentines. Se dice que, ya desde el siglo XVI se venía generalizando la costumbre de que los hombres regalaran a las mujeres rosas y chocolates, un tratamiento ciertamente más galante que los azotes propinados por los jóvenes romanos. Por esa época, la tradición del día de san Valentín llegó a España y a Portugal, desde donde se expandió, aunque con menos vigor, hacia América latina.
El término valentín surgió originariamente en inglés, pero se ha extendido hacia América latina impulsado por esa ola de importación (malinchismo) de costumbres estadounidenses, que tanto nos debería afectar, pero que toleramos.
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