“Un trofeo atrae el polvo, los recuerdos viven para siempre” Andy Smith

De niño era muy común para mi comenzar a narrar los partidos que jugábamos en la calle, mis hermanos, amigos, vecinos y yo, donde les decía que nombre debían estar utilizando durante nuestras cascaritas y minitorneos que eran a cierta cantidad de goles y en cuyo caso, de ser necesario, empleábamos el famosísimo gol gana -muchos años después y a la postre-conocido como el gol de oro y créanme que resultaba tan atractivo, emocionante y hasta vibrante por evitar la pelotita roja o el balón de cuero, cruzara la línea de meta trazada con un tabique o bien, que se estrellarán en estos dos sinónimos de postes que simulaban la gran portería. De norte a sur imaginábamos la cancha de la otrora bombonera, de un lado estaban los amigos y del otro mis hermanos y otros compas. Mi equipo era el Toluca, a veces cambiaba a Chivas, pero generalmente eran los rojos que mandaban en el volado; del otro, regularmente era el América y entonces comenzaba a decir los nombres que cada integrante habría de emular en la cancha de asfalto frente a nuestros domicilios. Aaaaaaah qué tiempos aquellos, salir a la calle, pisar el césped imaginario, tabiques o tabicones servían de porterías, no había árbitros -recuerdo que muchos decían o decíamos: albitro, jajajajajaja- pero ni caso hacíamos, lo importante era aprovechar el momento porque el tiempo pasaba de volada.
Los raspones en las rodillas y por ende los desgarros de los pantalones olían a unos buenos chanclazos o paliza -literal, por la pala de madera con la que batían masa- porque era cuidar la ropa a tope, pero sin duda, era más importante el orgullo del equipo de la calle y sus integrantes acumulábamos toda energía para derrotar, al contrario. No había ni existía malacia, simplemente era ganar y después ir a la tiendita por el chesco, y en el trayecto destacar la “aventada” del portero, la salvada en la raya del inmenso defensa, los pases mágicos y salidos de la chistera del mediocampista y ni que decir de los extraordinarios golazos, auténticos pedazos de gol desde el poste de luz verde, desde la banqueta que servía entonces de grada, entonces los nombres y apellidos de los profesionales resultaban ser un banquete para todos nosotros. Pero personalmente crecí con la imagen de 2 grandes jugadores que me permitían elevar mi emoción y sentimiento y entonces adorar al futbol. Uno portero y otro delantero, ambos grandes figuras, de talento natos, dotados de extraordinarias cualidades para sus posiciones y quizá -decían- hasta adelantados en su tiempo. Para entonces entre las imaginaciones que tenía nunca vislumbré dedicarme al periodismo deportivo y mucho menos compartir con esas dos grandes figuras tanto a nivel personal como profesional. Obvio decirles que habría dado lo que fuera por compartir la cancha como jugador con ellos, pero la vida me tenía preparada otra opción.
Walter Gassire se convirtió en mi ídolo de niño por el excelso portero que fue y sus lances con su greña güera y sus vistosos suéteres amarillos y rojo. Le lloré mucho cuando fue intervenido quirúrgicamente de la cabeza, pero jamás dejé de soñar con ser como él en el arco de algún equipo. El paso de los años me llevó a conocerlo muy de cerca, ser compañeros de trabajo en radio y televisión, un extraordinario ser humano y un excelente amigo, siempre con palabras de aliento y motivación y curioso, cuando compañeros y fuera de los micrófonos jamás platicábamos de futbol, eso nos unió más y a cada paso de sus anécdotas me emocionaba más que en mi infancia. Sin duda ninguna -como dice Walter- es algo que atesoro en el corazón.
El otro, el delantero, el cañonero, el que no se arrugaba, aunque le dieran en ambas piernas las famosas dormilonas, el del bigote y peinado de lado, ese que era letal en el arco enemigo, aquel que dominaba con firmeza y furia el balón y terminaba empujándolo a la red, el mítico delantero que poco a poco hilvanó cualquier cantidad de goles por todo México y en giras con la Selección por diversas naciones hacía lo propio. Le faltó asistir a un Mundial, estuvo toda su carrera con el Toluca, oriundo de esta ciudad, campeón de goleo, campeón de liga, y también un gran tipo. Al colgar los botines también dirigió y lo hizo bien, aunque en algún momento me dijo que ya no era lo suyo. Tengo el honor y privilegio que me considere su amigo, lo entrevisté al menos una decena de veces, me compartía cosas en el plano personal-familiar que ahí se quedan por los códigos que manejamos, compartimos muchas tardes de añoranza pura, del gran anecdotario que posee, de su ingenio dentro y fuera de la cancha, un ser extraordinario, figura a más no poder, genio y súbdito al mismo tiempo, lo he visto enojado, triste, con lágrimas, pero sin duda más con alegría y con paso lerdo pero seguro, saludando a todo aquel que le grita su nombre o le pide un autógrafo y hasta posar para la foto. Es enigmático y cautivador platicar con él, sin duda que un goleador no puede pasar inadvertido para ningún goleador, incluso es el único y real Diablo Mayor, tanto así que Cardozo lo ubica, reconoce, acepta y aquilata.
Vicente Pereda Mier, este martes de manera oficial será inmortal. Será inducido al Salón de la Fama del Futbol allá en Pachuca, Hidalgo, sitio donde convergen la ilusión y realidad, los sueños y fervor, las lágrimas y risas, el dolor y la alegría, lugar donde solo los grandes tienen cabida y él cuenta ya con su inmortalidad. Honor a quien honor merece. Felicidades Vicente, desde este Valle va por ti y tus logros una Peredinha. ¡¡¡Te abrazo muy fuerte!!!
Pásenla bien!!!