SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 27 febrero, 2020
- Columnas
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MOZART. Esta vez voy a dedicar mi colaboración al genio de la música más sorprendente que haya dado la humanidad. Si me he referido a Beethoven con alguna frase semejante es solo porque estos dos célebres personajes han sido la máxima expresión de la música en la historia del hombre: Beethoven temperamental y Mozart jocoso, divertido, pero también con una historia de sufrimientos propios de la vida de un genio. Mozart es el más sorprendente porque, al parecer, su genio, su habilidad para tocar y componer música, lo traía en los genes. Mozart compuso su primera sinfonía a la edad de siete años (a esa edad muchos de nosotros apenas empezábamos a conocer las letras del alfabeto); ¿cómo es posible que a los siete años supiera las técnicas de la música y armonizar una serie de instrumentos de distinta clasificación?
Wolfgang Amadeus Mozart nació en Salzburgo en 1756. Su padre Leopold, músico de la corte, le inició desde su más temprana infancia en los secretos de su arte, estimulando en el niño el genio creador que llevaba dentro. A los cinco años Wolfgang tocaba perfectamente el clavecimbalo y el violín como el mejor de los virtuosos y empezaba a componer obras musicales. A partir de entonces su padre lo llevó a viajar por Europa ofreciendo conciertos, lo que le otorgó la oportunidad de conocer y empaparse de las diversas corrientes musicales de su tiempo; este conocimiento, sumado a su singular personalidad y a sus fabulosas dotes técnicas y artísticas, le llevó a conseguir creaciones de una riqueza melódica incomparable, en las que se conjuga cierto clasicismo con un lenguaje transmisor, en ocasiones, de estados de ánimo, emociones y sentimientos que anteceden al romanticismo.
Mozart condujo a la ópera, desde la manera italiana inicial, hasta su punto justo de madurez expresiva y técnica, y logró los mejores resultados en la totalidad de su muy abundante producción musical, que incluye, además de las óperas, conciertos para piano y orquesta, sinfonías, conciertos para para violín, serenatas, sonatas, un buen número de obras corales y misas.
Como niño prodigio asombró a expertos y profanos, y cautivó a las cortes europeas y al nuevo público burgués con su música de adulto. Sin embargo, su labor creadora quedó truncada por su prematura muerte, en 1791, cuando sólo contaba con 35 años, dejando inacabada una de sus más geniales obras, el Requiem.
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