
SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 30 julio, 2025
- Columnas
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Francisco Javier Escamilla Hernández
¿Qué tan íntegro te consideras? Recién me hice esta pregunta. Ahora te la hago a ti.
La integridad es uno de los valores más elevados y esenciales en la vida de una persona. No se trata únicamente de cumplir normas o seguir reglas, sino de vivir de manera coherente con principios morales y éticos sólidos, incluso cuando nadie está observando. Una persona íntegra actúa con rectitud, sinceridad y respeto, manteniendo una congruencia entre lo que piensa, dice y hace.
En el ser humano, la integridad se convierte en un faro que guía sus acciones y decisiones. Este valor no se adquiere de la noche a la mañana, sino que se cultiva a lo largo de la vida a través de la educación, las experiencias y la reflexión personal. Implica tomar decisiones correctas, aunque sean difíciles o impopulares, y defender lo que es justo, aun cuando exista la tentación de elegir el camino más fácil.
La integridad está estrechamente ligada a la honestidad. Una persona íntegra no se deja corromper por intereses personales, presiones externas o conveniencias momentáneas. Por el contrario, actúa con transparencia y respeto hacia los demás, manteniendo su palabra y reconociendo sus errores cuando es necesario. Esta autenticidad genera confianza, un elemento fundamental en las relaciones humanas, ya sea en el ámbito personal, profesional o social.
En la vida cotidiana, la integridad se refleja en acciones aparentemente simples, como cumplir una promesa, devolver un objeto perdido o rechazar una oportunidad que implique actuar de manera deshonesta. Sin embargo, su verdadero valor se manifiesta en momentos de adversidad, cuando las decisiones éticas implican sacrificios personales. Es entonces cuando se demuestra que la integridad no es una máscara social, sino una convicción interna.
A nivel social, la integridad de los individuos es indispensable para el buen funcionamiento de una comunidad. Cuando las personas actúan con rectitud, se fortalece el tejido social, se reducen los conflictos y se fomenta un ambiente de respeto y cooperación. Por el contrario, la ausencia de integridad da lugar a la desconfianza, la corrupción y el deterioro de las relaciones humanas.
Cultivar la integridad requiere disciplina, autoconocimiento y valor. No basta con conocer lo que es correcto; es necesario tener la determinación de actuar en consecuencia. En este sentido, la integridad no es solo un ideal, sino un compromiso diario con uno mismo y con los demás.
En esencia, la integridad de un ser humano es la base sobre la cual se construye una vida plena y respetable. No es únicamente un valor moral, sino una manera de vivir que otorga dignidad, credibilidad y sentido a la existencia. Un ser humano íntegro deja huella, inspira a otros y contribuye a edificar un mundo más justo y honesto.
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