Bien lo decía Voltaire…
- Julián Chávez Trueba
- 11 diciembre, 2019
- Columnas
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Vivimos tiempo violentos y no como en “Pulp Fiction”, (la mala traducción al español de la película en inglés), sino que hasta nuestros deseos y anhelos vertidas en opiniones están sujetas a la exposición en redes sociales y, con ello, el ridículo o no ante la sociedad que ahora se pasa de moralista.
En la antigua Roma, es bien sabido que el infanticidio era una práctica común cuando se observaban anormalidades en los niños y niñas. (Ferraro, P., 2001). Estas prácticas sólo se realizaban con recién nacidos, puesto que cuando se trataba de adultos, estos simplemente eran separados de la sociedad. Ahora una bomba para los creyentes de que estas prácticas no se dan en nuestros días. El ejército no acepta personas con una estatura menor a un metro con sesenta centímetros. Luego entonces, ¿se trata esto de discriminación?
¿Se trata de discriminación cuando para la Guardia Nacional no todos los policías federales entraron por estar gorditos o no haber pasado los exámenes de control de confianza? ¿Se trata de discriminación cuando en una escolta escolar se selecciona a los más altos, gallardos y vigorosos alumnos, dejando fuera a quien utiliza silla de ruedas? ¿Es discriminación pensar injusto un encuentro de futbol entre un equipo conformado por puras mujeres, en contra de otro de puros hombres? ¿Es discriminación darle el puesto a alguien que va limpio y de traje, por encima de alguien que va en jeans y desgarbado?
Por contrario que pareciera, nuestras opiniones se polarizan cada vez más, pero nuestros conceptos se desvanecen. Estamos muy en contra o muy a favor del machismo, muy en contra o muy a favor del aborto, muy en contra o muy a favor de las revueltas sociales, pero el mismo concepto de sociedad se desdibuja; en ideas como la familia, esta hasta mal visto desear una familia pudiente con un papá, una mamá y un niño tierno y hermoso para ser adoptado, por encima de una pareja del mismo sexo.
Y lo que está pasando es que se están malentendiendo los conceptos argumentando falacias desviadas. En algunas partes del mundo, activistas femeninas (mejor dicho ignorantes hembristas) están separando los gallos de las gallinas porque los machos se la pasan “pisando” al as gallinas que se quejan todo el tiempo y no se les da calidad de vida.
Hemos humanizado a perros y gatos, pero siguen siendo animales; nos volvemos veganos por no dañar animales, cuando lo importante es la sustentabilidad ganadera; nos volvemos defensoras de la no violencia de género y todos los hombres son culpables, cuando la educación es social y no exclusiva de uno o de otro género.
Ojo, no estoy hablando con términos despectivos hacia ningún lado de estas ideas, a lo que voy es que dejemos que los blancos sean blancos y los negros sean negros, porque el uso del vocabulario no discrimina en sí. No tiene caso decir “chiquillos y chiquillas” denostando en modo simpático tu inclusión en ambos géneros, si te refieres a una ciudadana como “lavadora de dos patas”. La verdadera discriminación está en los hechos, en la forma de expresarnos, pero no en las palabras en sí, que ellas no tienen la culpa, sino en la forma en la que desvirtuamos su concepto.
Si viviera François-Marie Arouet, aquel ilustrado reformista del siglo XVII, que con sus argumentos se decía que golpeaba con su aliento, por eso aquel sobre nombre de Voltaire, y si viera todo lo que se dice en redes sociales, se volvería a morir de la decepción.
Todos somos figuras públicas hoy en día y estamos sujetos a críticas en redes sociales, también a hacernos virales por linchamientos, pero tenemos tooooodo el derecho de opinar y de que nos importe mucho o poco lo que se piense de uno, lo malo esta cuando se desvirtúa nuestro dicho, y todos los desinformados nos creen el peor o el mejor, porque alguien no nos citó con objetividad, es decir ¿qué pensarían si les digo que existe una secta, en donde se juntan las personas para tomar sangre? Podría parecer abominable ¿no?, digno de ofrendas demoniacas, pero si les digo que es parte de una ceremonia, con protocolo, en donde se acepta que dios vive en cada uno de nosotros y que esa sangre es la propia idea de una vida eterna llena de virtudes, ¿suena mejor?
No podemos irnos con la burrada de pensar que una frase, una imagen, una acción, es buena o mala sin tener el contexto, sin tener información al respecto.
Para escoger rosas, como muestra un botón. En estos días circuló un cartel de Zapata, expuesto por Bellas Artes presentando Zapata después de Zapata, con la pintura de Fabián Cháirez, donde se presenta al caudillo con sombrero rosa mexicano (hasta eso), desnudo, con cuerpo femenino, con tacones, montado en un caballo blanco. Esta imagen desató el encono de Jorge Zapata, nieto del revolucionario, asegurando que va a interponer una demanda porque se denigra la figura del general.
Digo cada quien puede hacer lo que quiera, pero recordemos que uno de los más icónicos representantes de la revolución mexicana para el mundo, es Zapata, y debe entenderse como tal, como ícono, como el rostro de Frida, la sonrisa de Marilyn, o la sopa Cambells, son objetos ahora no sólo de lo que lucharon (revolución mexicana, posición de artistas femeninas o redefinición sexual femenina), sino también del arte, como en esta caso el Arte Pop, que toma imágenes (sobre todos) para generar sentimientos y emociones.
El cartel de Cháirez logró con su cometido. Fomenta sentimientos y emociones encontradas, genera debate y discusión pero, sobre todo, algo que tal vez no quedó claro, el artista colocó a un ícono revolucionario para generar una nueva revolución conceptual entre el machismo y el feminismo. Además, Zapata es tan macho que aunque se vista de mujer, exalta la masculinidad y el profundo machismo que existe hasta en la más acérrima feminista.