El declive del fútbol mexicano

Por: Jesús Humberto López Aguilar

El fútbol: el deporte por antonomasia. Una disciplina que se ubica como la más popular de todo el globo terráqueo, dejando muy por detrás a cualquier otra actividad del mismo rubro en cuanto a número de espectadores se refiere.

En nuestros días es difícil encontrar una nación que no cuente con un campeonato de este ejercicio. Existen una gran variedad de clubes que temporada con temporada se disputan la gloria local. Sin embargo, todas esas ligas giran, cuáles satélites, alrededor de los torneos europeos, donde se disputan las competencias de mayor renombre y competitividad.

México no es la excepción, a pesar de que nuestro país cuenta con una gran tradición futbolística, los clubes que se ubican usualmente de media tabla para abajo ingresan con trabajos a sus estadios una cantidad decente de simpatizantes. Prueba de esto es la penosa noticia del partido del Puebla contra Juárez, correspondiente a la jornada 10 de la fase regular del torneo Apertura 2024, donde se tuvo una entrada de tan solo 4,587 espectadores, la cifra más baja en toda la historia de la Liga MX. Esto aunado a las pobres taquillas de otros encuentros que se han llevado a cabo a lo largo del presente campeonato, así como en los anteriores.

Sería una tarea infructuosa buscar a esta situación un origen en particular, aunque sería factible señalar las malas decisiones de los dirigentes de la Federación Mexicana de Fútbol o al poco compromiso por parte de las dirigencias de ciertos clubes para con el buen desempeño del propio equipo como fuente de la decepción y el desinterés del aficionado promedio.

No obstante, este problema también puede ser atribuible a la realidad planteada en un inicio, el posicionamiento de Europa como eje de este magnífico deporte.

Hasta hace unos 20 años era extremadamente difícil que una persona pudiera sintonizar un partido de cualquier equipo extranjero, por lo que el único fútbol que podía consumir era el nacional. Por su parte, el aficionado de un equipo mexicano prefería tal o cual club porque era el que representaba a su ciudad, era aquel al que podía ir a ver jugar cada 15 días sin la necesidad de pagar un precio excesivo por su entrada.

La interconexión de la que el mundo goza hoy en día provoca que la máquina propagandista que tienen las grandes escuadras induzca a la creación de modas que empaticen con toda una ola de consumidores, sin la necesidad de un auténtico sentimiento de pertenencia e identidad. Los clubes que son más populares en la actualidad son aquellos que, gracias a los premios económicos que obtenían por sus triunfos o a la entrada de grandes flujos de capital, invirtieron en mercadotecnia para potenciar el alcance que ya de por sí tenían por sus éxitos en el campo.

Por el lado de los futbolistas, el nivel de ligas como la mexicana ha ido de forma tan abrupta en declive porque los jugadores talentosos priorizan el éxito económico o el salto a unos de los clubes que tanto impacto mediático tienen. No es que esté mal, al final ellos son personas con aspiraciones, pero ya no hay figuras que se mantengan por muchos años como la columna vertebral de los equipos. No es casualidad que el equipo más exitoso de la década pasada, Tigres, haya conseguido la mayoría de sus campeonatos con la presencia de jugadores como Gignac, Nahuel, Pizarro o Aquino, futbolistas que establecieron un estilo de juego que se acostumbró a ganar trofeos. 

Lo que el futbol mexicano necesita, por un lado, es empatizar con la gente de su lugar de origen, que los jugadores tengan contacto con la gente de a pie, eliminando la idea de que son seres ajenos a su entorno. Por parte del futbolista, estos deberían de sentir más sus colores, aprendiendo a apreciar a la institución que los acoge, esforzándose día a día por darle alegrías a su afición, esa que los alienta en cada partido sin importar el resultado. Entonces, el cariño por el equipo y su ciudad llegará por añadidura.

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