Los partidos políticos y su desconexión con la realidad

El relanzamiento del Partido Acción Nacional (PAN) el pasado 18 de octubre dejó una sensación amarga en el aire. Más que una renovación, por momentos parecía una vuelta al pasado. “PAN con lo mismo”. Lo más “llamativo” y no por innovador, fue el escudo, lo que habla de un cambio cosmético sin propuestas claras ni contenido sustancial. Este tipo de acciones refuerzan la percepción de que los partidos se aferran a estructuras obsoletas, fórmulas gastadas y oxidadas, olvidando lo más importante, escuchar a la gente.

En teoría, los partidos políticos son pilares de la democracia. Su función es canalizar las demandas ciudadanas, articular propuestas, formar gobiernos y rendir cuentas. Uno de sus objetivos es promover la participación. Son el puente entre la sociedad y el poder. Pero en la práctica, ese puente se ha convertido en un muro, ya que parecen más interesados en conservar privilegios que en representar a quienes los votan.

Los partidos han caído en la trampa de convertirse en entidades familiares y de amigos, donde los intereses de unos pocos prevalecen sobre los de la mayoría. Esto no solo desvirtúa su función, sino que también la aleja de la realidad social que se supone deben representar. En lugar de ser actores de cambio, muchos partidos se han convertido en maquinaria política que prioriza la permanencia en el poder y el beneficio propio.

Las críticas hacia los partidos políticos, sin importar su ideología, son variadas y profundas. La más extendida —y justificada— es que “todos los partidos son iguales”. Esta afirmación, aunque generaliza, tiene un trasfondo real: nepotismo, corrupción, desvío de recursos, vínculos con el crimen organizado y una falta de rendición de cuentas.

Lo anterior, se ha vuelto una constante, logrando permear la estructura de muchos partidos políticos, erosionando la confianza por parte de los ciudadanos, quienes al ver a sus representantes inmersos en actos ilícitos, les resulta imposible no experimentar un sentimiento de enojo, frustración y en ocasiones, hasta sentirse traicionados.

Por otra parte, los partidos se han convertido en feudos familiares y de amigos. Las candidaturas se reparten como herencias, los puestos se asignan por simpatías y favores políticos, y los proyectos ciudadanos se subordinan a las pugnas internas ¿Cómo no va a existir desencanto ciudadano si los partidos ya no representan a la sociedad, sino a sí mismos?

El descredito de los partidos no comenzó ayer por la tarde y tampoco es producto de la casualidad. Sus malas prácticas no solo desvirtúan su función, sino que también los aleja de la realidad. En lugar de ser actores de cambio, muchos partidos se han convertido en maquinaria política que prioriza la permanencia en el poder y el beneficio propio.

Este desgaste no es exclusivo de México, pero actualmente, se vive con especial intensidad. La alternancia en el poder no ha traído una transformación sustantiva, sino una rotación de élites. Los partidos que prometieron cambio terminaron replicando los vicios que criticaban. Y los que se presentan como “nuevos”, traen consigo las mismas prácticas de siempre, solo cambian de logo y de colores.

Pero desaparecer los partidos no es la solución. En una democracia, son necesarios. Lo que urge es una refundación ética y estructural. Los partidos deben abrirse a la ciudadanía, democratizar sus procesos internos, transparentar sus financiamientos y rendir cuentas de manera efectiva. Deben dejar de ser clubes cerrados y convertirse en espacios de deliberación pública.

Gran parte de la ciudadanía está cansada de escuchar gritos, insultos y debates al nivel del subsuelo por parte de los miembros de los diferentes partidos políticos. México con tantos problemas y “nuestros representantes” en lugar de ponerse a trabajar, dedican su tiempo a ver partidos de futbol en las sesiones del senado. Dejan de atender reuniones de trabajo por estar jugando pádel. Y hasta suspenden sesiones en la Cámara de Diputados para bailar “La Boa” y así festejar el aniversario de la Sonora Santanera ¿Frivolidad o desvergüenza?

La ciudadanía tiene un papel crucial. No basta con indignarse: hay que participar, exigir, vigilar y construir alternativas. La democracia no se delega, se ejerce. Y si los partidos no están a la altura, es responsabilidad de todos empujarlos hacia modificaciones y cambios reales y no simulados. Porque si seguimos permitiendo que los partidos se relancen al pasado, el futuro será cada vez más lejano.