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Por: Rocío Hernández Rogel

Qué bonito es ver las ceremonias escolares los días 21 de septiembre que se conmemora el Día Mundial de la Paz. Los niños y niñas salen con sus banderas, sus uniformes blancos o algún elemento de ese color, las palomas blancas en los pines o en las banderas y hablar de todas esas guerras que se han ganado, se han perdido, en donde finalmente la vida es la que está en juego.

Se motiva a los estudiantes a hacer consciencia que la guerra es “mala” y no deja nada “bueno”, que las armas son peligrosas, las bombas y todos los artefactos que hacen a todo esto una explosión de miedo, enemistad, sangre y muerte.

Pero, creo que para que exista paz en el exterior (en el mundo) debe cultivarse en uno mismo como ser humano primero; es hablar de paz interior, es compartir la paz desde nuestros hogares, para transmitirla en nuestros trabajos, círculos de amigos, entornos sociales.

Imagínate que esos estudiantes llegan a su ceremonia con esas ganas de visibilizar la paz y predicar lo que aprendieron en el salón de clases, pero por dentro están recordando cómo papá les habla, cómo mamá es indiferente, cómo hay golpes, burlas y abusos solo porque ellos son “los adultos” y, entonces, la niña y el niño crecen normalizando que la paz es sinónimo de sometimiento y obediencia, añadiendo los mandatos religiosos, todo se tergiversa.

Imagínate que ves mensajes de paz, mientras tu cabeza es un cúmulo de pensamientos que no puedes ordenar, voces que te dicen que no puedes más, que no eres suficiente, que todo te sale mal, que no logra seleccionar el mínimo esfuerzo o reconocimiento. Imagínate que no hay paz en tu corazón, que todos tus sentimientos están desordenados, que no entiendes ni siquiera qué sientes o cómo nombrarlos. Y, a todo esto, añádele una sociedad burlona, desalejada de la empatía y de la compasión.

La gente que no está en paz consigo misma, busca hacer disturbios en otros lados porque quieren que los demás vivan así, que se sientan así, desafortunadamente no piden ayuda y prefieren propagar lo negativo o queriendo contagiar a todas y todos con esos actos que te contaminan y amargan, haciendo quese le reste luz a sus días.

Esto me hace mencionar la triste noticia del trabajador de limpieza Carlos Gurrola Arguijo, conocido como “Papayita”, con 47 años de edad, por una supuesta “broma” de sus compañeros de trabajo que le colocaron en su bebida desengrasante y esa “broma” lo llevo al hospital y peor aún, perdió la vida. Qué mente tan retorcida y sin paz te puede hacer una broma así, además que estamos hablando de gente adulta, que si bien no es tampoco satanizar las bromas, pero, existen de bromas a bromas. A todo esto, súmale que después de esto, su familia compartió que lo molestaban, le ponchaban las llantas de su bici, le escondían su celular, le robaban su comida. Carlos ya había denunciado el acoso laboral a sus superiores y, ¿sabes qué hicieron? en efecto, nada, no hicieron nada, solo deslindarse.

Y muchos casos como el de “Papayita” se viven día a día, desde nuestras niñas y niños en sus escuelas, jóvenes, adultos y adultos mayores. A veces por estas injusticias en donde la gente no hace nada, ni las mismas autoridades, hasta que la situación alcanza desenlaces de esta magnitud o bien el suicidio, por la desesperación de no saber qué hacer y sentirse atrapada/o con los abusos.

Por eso insisto vivir una vida en valores y te invitó a cultivar la paz interior, crea esa distancia entre tú y tu ego. No seamos doble moral, la misma camiseta que te pones para empatizar en momentos de catástrofes, esa misma póntela todos los días.

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