SIN TON NI SON

Francisco Javier Escamilla Hernández

Soy un amante de las obras arquitectónicas y de visitar las grandes y pequeñas ciudades, por eso ahora quiero compartir algunas reflexiones sobre dos símbolos de la actualidad. 

La era moderna, marcada por la industrialización, los avances tecnológicos y las transformaciones sociales, encontró en la arquitectura monumental una de sus formas más visibles de expresión. Dos de las obras más emblemáticas de este periodo son la Torre Eiffel, en París, y la Estatua de la Libertad, en Nueva York, más que simples construcciones, ambas se convirtieron en símbolos universales que reflejan el espíritu de su tiempo: la fe en el progreso, la innovación técnica y los ideales de libertad y fraternidad.

La Torre Eiffel fue inaugurada en 1889 con motivo de la Exposición Universal de París, fue diseñada por el ingeniero Gustave Eiffel y cuando se construyó fue criticada por considerarse un armazón metálico carente de estética, sin embargo, la estructura de hierro, de más de 300 metros de altura, se convirtió en un hito de la ingeniería moderna y en el edificio más alto del mundo de su época. La torre simboliza el triunfo de la ciencia y la técnica, y representa la capacidad del ser humano de transformar los materiales industriales en arte monumental. Con el paso del tiempo, pasó de ser vista como un “monstruo de hierro” a convertirse en el emblema de París y en un ícono mundial del ingenio humano.

Por su parte, la Estatua de la Libertad fue un regalo del pueblo francés a Estados Unidos en 1886, con motivo del centenario de su independencia. Esta estatua fue diseñada por el escultor Frédéric Auguste Bartholdi y con estructura interna del mismísimo Gustave Eiffel, representa a una mujer sosteniendo una antorcha y una tablilla con la fecha de la independencia estadounidense. Situada en la entrada del puerto de Nueva York, la estatua se convirtió rápidamente en un símbolo de esperanza y libertad para millones de inmigrantes que llegaban a América en busca de un nuevo destino.

Más allá de su valor estético, encarna un ideal político y social: la igualdad, la democracia y la acogida a quienes buscan oportunidades.

Ambas obras comparten una característica esencial: su poder simbólico trasciende fronteras. La Torre Eiffel, aunque construida como atracción temporal, terminó siendo una muestra del avance industrial y del orgullo nacional francés. La Estatua de la Libertad, en cambio, se erigió como monumento político y humanista, extendiendo su mensaje a toda la humanidad. Las dos reflejan los valores de la modernidad: confianza en la técnica, exaltación de la libertad y celebración de la capacidad humana para erigir monumentos que superan lo inmediato.

La Torre Eiffel y la Estatua de la Libertad son más que construcciones de hierro y cobre; son símbolos de una época en que la modernidad transformaba el mundo y en que la arquitectura monumental se convirtió en un lenguaje universal. Representan el espíritu innovador y los ideales que aún hoy inspiran a las sociedades modernas.

Comentarios: [email protected]