El poder irresistible de la pasión y de la fe

Por: Jesús Humberto López Aguilar

Pocas veces en la historia reciente de nuestra sociedad ha pasado tan desapercibido un fenómeno que ha removido, con tanta rapidez, la identidad religiosa de sus integrantes. Me refiero al cristianismo no católico, del cual no es posible hablar como una institución unificada, sino como un número incontable de células eclesiásticas desconcentradas que, durante los últimos años, han pululado por todo el largo y el ancho del país.

En cuanto a la descripción de su liturgia, no es posible reconocer una pauta común que todas estas iglesias compartan, salvo que su figura principal es el pastor y que la música de estilo moderno tiene un rol determinante en sus ceremonias, en los que confluyen compases vigorosos de inspiración “rockera” junto a letras que remiten al oidor a prédicas de estilo católico.

Sin embargo, lo que vale la pena destacar de esta nueva forma de adoración, independientemente de su poco ortodoxo culto, es su deslumbrante capacidad de atraer adeptos, sustrayéndole a un sector considerable de su clientela a la que, en otro tiempo, fue la poderosa iglesia católica. Quizá se deba a la entrega apasionada con la que los llamadores pastores interpelan a sus fieles, elevando el tono y colmando de emoción a la multitud con arengas incendiarias.

Incluso, puede que la clave resida en el sentimiento de pertenencia que forja entre sus miembros, otorgándole a cada uno de ellos un papel relevante dentro de la comunidad, dado que funcionan como agrupaciones autónomas con poder deliberativo, pero lo cierto es que, esta expresión de iglesia contemporánea, reivindica la importancia del individuo como miembro activo de la práctica religiosa.

Aunque podría sostenerse el argumento de que la iglesia vaticana ostenta el título, gracias a su antigua y dilatada tradición, de santa y verdadera (lo cual no necesariamente la hace tal), ha perdido de vista el fortalecer la función participativa de sus feligreses, además de tomar la pésima de decisión de confinarlos a la simple condición de espectadores.

Puesto que en muchos pueblos y comunidades aún mantienen a sus santos junto a sus respectivas fiestas patronales, dicha carencia no ha hecho mella en los ámbitos más populares de nuestro país. Empero, en otros estratos donde no existen este tipo de componentes que favorecen la integración, pareciera que las personas deben de sustentar su fe en prédicas y ceremonias poco atractivas, lo cual, como es evidente, no está sucediendo ni sucederá en un contexto altamente conflictivo y variable.

Las personas necesitan algo más que palabras de lo que sucedió hace más de 2,000 años en la remota Palestina, precisan también de un reconocimiento constante por parte de sus semejantes y de sentimientos más primarios que alteren sus percepciones para convencerse a sí mismos de la correcta decisión de sus actos, sin importar realmente si estos lo son.

Así pues, ante la escasa formación de virtudes humanas en la civilización moderna, la fuerza de atracción más grande para el espíritu del hombre son las emociones en su estado más puro. He ahí la clave para movilizar la voluntad de las personas. Si no, ¿cómo entender que esta nueva fórmula del cristianismo coseche devoción con tanto éxito como recolecta dinero? Un admirable modelo de negocio que, aprovechándose en la fragilidad espiritual de los individuos, ha llegado a acumular fortunas considerables.O, considerando la dimensión más trascendental de esta reflexión, ¿cómo se han gestado los mayores cambios de las sociedades que han existido a lo largo de toda la historia? La respuesta está en el punto en el que el entusiasmo religioso se entrelaza con las pasiones más fuertes como el miedo o la ira. Es ahí cuando la frase “la fe mueve montañas” cobra pleno significado. Hagamos un intercambio de ideas, escríbame por correo a [email protected] o en Twitter a @Jesus_LAguilar.