
SIN TON NI SON
Francisco Javier Escamilla Hernández
Con frecuencia se piensa que concluir una carrera universitaria es la mejor herencia que puede uno tener, para enfrentar la vida con seguridad, pero ¿Qué sucede si uno se vuelve experto en la aplicación de un oficio? ¿es mejor o peor que estudiar una carrera?
En México, la decisión entre cursar una carrera universitaria o especializarse en un oficio es un tema cada vez más debatido, sobre todo en un contexto donde el mercado laboral se transforma con rapidez y las oportunidades no siempre corresponden al esfuerzo invertido. Ambas opciones representan caminos válidos para alcanzar estabilidad económica y desarrollo personal, pero responden a realidades distintas. Analizar sus ventajas y limitaciones permite comprender que más que una competencia, se trata de elecciones complementarias que deberían valorarse con la misma dignidad social.
Tradicionalmente, obtener un título universitario ha sido considerado el camino más seguro hacia el éxito profesional, una licenciatura brinda conocimientos especializados, desarrolla habilidades críticas y abre puertas a empleos en sectores como la administración, la salud, la ciencia o la tecnología. Además, en México, contar con estudios superiores suele marcar la diferencia en el nivel de ingresos promedio, aunque esto depende del área elegida, una carrera universitaria también representa prestigio social y la posibilidad de movilidad ascendente, factores muy valorados en la cultura mexicana.
Sin embargo, la realidad también muestra que no todos los egresados universitarios logran emplearse en lo que estudiaron ni alcanzar salarios competitivos; la saturación de ciertas carreras, la falta de vinculación entre universidades y empresas, así como la precariedad laboral en varios sectores, hacen que muchos profesionistas enfrenten desempleo o subempleo haciendo que esta situación cuestione la idea de que un título, por sí solo, garantiza estabilidad y éxito.
Por otro lado, los oficios —como la carpintería, la electricidad, la plomería, la soldadura o la gastronomía— ofrecen una alternativa igualmente valiosa; ser experto en un oficio implica dominar habilidades prácticas que son demandadas de manera constante, independientemente de crisis económicas o transformaciones tecnológicas. Un buen oficio puede generar ingresos inmediatos y, en muchos casos, superiores a los de profesionistas recién egresados, además, quienes destacan en su oficio tienen la posibilidad de emprender y volverse independientes, lo que favorece la autosuficiencia económica.
El problema radica en que en México los oficios suelen estar subvalorados socialmente ya que existe la idea de que solo quienes “no pudieron estudiar” optan por este camino, cuando en realidad muchos oficios requieren gran preparación, disciplina y experiencia. Revalorizar el trabajo técnico y manual es clave para equilibrar el mercado laboral y reconocer la dignidad de quienes sostienen buena parte de la economía diaria.
Más que establecer qué es “mejor”, la cuestión es entender que tanto la educación universitaria como el aprendizaje de un oficio son opciones válidas y necesarias para el desarrollo del individuo y del país. Mientras la universidad aporta investigación, innovación y profesionales en áreas estratégicas, los oficios garantizan servicios esenciales y oportunidades de emprendimiento. Lo importante es fomentar que ambas rutas cuenten con apoyo institucional, reconocimiento social y posibilidades reales de crecimiento. Solo así se podrá construir un México más equilibrado y justo.
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