
LLUVIAS ATÍPICAS EN EL ESTADO DE MÉXICO
- Luis Eduardo Mejia Pedrero
- 7 septiembre, 2025
- Columnas
- 0 Comments
Son ya varias las personas de edad intermedia y avanzada que me comentan que antes no llovía así en Toluca o incluso en el Estado de México. También he visto los comentarios irracionales que realizan usuarios de redes sociales criticando a las autoridades de los tres ámbitos de gobierno sobre las inundaciones, anegamientos y encharcamientos que les afectan.
El Estado de México vive en esta temporada de lluvias una situación crítica derivada de precipitaciones atípicas que han rebasado los promedios históricos. En diversos municipios, calles y viviendas quedaron bajo el agua, los ríos y cauces se desbordaron, y la infraestructura de drenaje mostró su fragilidad frente a un fenómeno que, aunque previsible en su recurrencia, tomó a muchos por sorpresa en su magnitud. Las lluvias intensas y continuas han puesto en jaque a las autoridades municipales y estatales, a la población y al propio sistema de gestión del agua.
La primera causa por considerar es el cambio climático. Diversos estudios han documentado que la atmósfera retiene mayor humedad debido al incremento en las temperaturas globales, lo que se traduce en tormentas más intensas y frecuentes. En el Valle de Toluca y el Valle de México, los episodios de lluvia torrencial se han duplicado en comparación con décadas anteriores, provocando acumulaciones de agua en periodos muy cortos.
A ello se suma la expansión urbana desordenada. El crecimiento de las ciudades mexiquenses ha invadido zonas de recarga de acuíferos, barrancas y llanuras de inundación, reduciendo drásticamente la capacidad natural del suelo para infiltrar el agua. El concreto sustituyó al campo y a los bosques, generando que la lluvia escurra de manera inmediata hacia las calles y sistemas de alcantarillado, que rápidamente colapsan por exceso de caudal.
Otro factor es el rezago en la infraestructura hidráulica. Muchos sistemas de drenaje en municipios como Toluca, Metepec, Ecatepec y Tlalnepantla datan de hace más de 30 años y fueron diseñados para intensidades de lluvia mucho menores a las actuales. En varios casos, la falta de mantenimiento y limpieza de coladeras, canales y cárcamos agudizó los problemas. Los residuos sólidos urbanos, que terminan en los drenajes por mala disposición, contribuyen al taponamiento de las redes, haciendo imposible un desalojo rápido del agua.
Finalmente, el deterioro ambiental también juega un papel importante. La deforestación en las partes altas de las cuencas reduce la capacidad de retención de agua y acelera los escurrimientos hacia las zonas bajas. Esto provoca que ríos como el Lerma, el Río de los Remedios o el San Javier lleguen rápidamente a niveles críticos.
Las consecuencias son visibles y dolorosas. Miles de familias han visto dañadas sus viviendas, muebles y pertenencias debido a inundaciones que alcanzaron niveles de hasta un metro en colonias de baja altitud. Los comercios locales reportan pérdidas millonarias por cierres forzados y daños en inventarios, mientras que la movilidad urbana se ve severamente afectada con avenidas convertidas en auténticos ríos.
En materia de salud, los riesgos también se multiplican. Las aguas residuales mezcladas con pluviales generan focos de infección que amenazan con brotes de enfermedades gastrointestinales y dermatológicas. La exposición a estas aguas negras también afecta la calidad de vida de las personas más vulnerables, especialmente niños y adultos mayores.
Por otro lado, el sector agrícola no queda exento. Parcelas completas de maíz y hortalizas en municipios como Atlacomulco, Lerma y Tenancingo resultaron anegadas, lo que compromete la producción local y los ingresos de cientos de familias campesinas.
El problema, aunque complejo, tiene soluciones que deben aplicarse de manera inmediata y con visión de largo plazo. En primer lugar, es indispensable invertir en la modernización del drenaje urbano. Las ciudades mexiquenses requieren colectores pluviales de mayor capacidad, sistemas de bombeo más eficientes y un mantenimiento sistemático que evite taponamientos. No basta con obras emergentes: se necesita una planeación integral que considere el crecimiento poblacional y los escenarios climáticos futuros.
En segundo término, se debe impulsar la infraestructura verde. Parques inundables, jardines de lluvia, humedales artificiales y techos verdes ayudan a retener temporalmente el agua, infiltrar al subsuelo y disminuir la presión sobre los sistemas de drenaje. Experiencias exitosas en otros estados y países demuestran que esta estrategia es viable y costo-efectiva.
Asimismo, es urgente proteger y restaurar las zonas de recarga hídrica. Reforestar cuencas altas, detener el cambio de uso de suelo y sancionar asentamientos irregulares en barrancas o riberas es fundamental para recuperar la capacidad natural de regulación hídrica.
Un cuarto eje debe ser la educación ciudadana. Sin la participación de la población, cualquier esfuerzo técnico resulta insuficiente. Evitar tirar basura en calles y barrancas, respetar zonas federales y participar en jornadas de limpieza son acciones que, multiplicadas, reducen riesgos.
Finalmente, es clave establecer protocolos de protección civil más eficaces, con alertas tempranas y planes de evacuación claros para la población que vive en zonas de riesgo. La prevención siempre será más barata y menos dolorosa que atender desastres.
PIENSA GLOBALMENTE, ACTÚA LOCALMENTE
Más que quejas, la ciudadanía debe ser proactiva en lo referente a la atención de contingencias. He sido testigo como el tráfico impide el paso de los camiones vactor u otros equipos de emergencia, sin que los vehículos hagan lo necesario para permitir el paso. Seamos concientes. Recuerden #SalvemosOjuelos.
Reciban un abrazo de su amigo, Luis Eduardo Mejía Pedrero. Comentarios al correo [email protected] Instagram @mejiapedrero Twitter @cuencalerma o por Facebook.