En la defensa de lo ¿inmoral?

Por: Jesús Humberto López Aguilar

Por si más de diez mil años de historia social no fueran suficientes para nosotros, contemporáneos de la era de la información, para desterrar, de una vez por todas, cualquier vestigio de simpatía por un hombre que se dice “político”, la semana pasada, todo México, fue testigo de cómo dos individuos de esta subespecie humana sacaban a relucir sus instintos más primarios y elementales al medir fuerzas, cuerpo a cuerpo, en la solemne cámara alta de nuestro congreso. Ahí se mostraron los impulsos con los que, muy seguramente, manejan las riendas de sus deshonestas existencias.

El nombre de ambos sujetos poco importa, y su afiliación política, algo menos, pues, independientemente de los colores partidistas que los visten, es de dominio público que la mancha negra de la hipocresía y la inmoralidad que llevan en su corazón los iguala, poniéndolos al mismo nivel.

Sin embargo, pese a todas las señales que la Providencia pone en nuestro camino con el ánimo de llevarnos a un futuro mucho más elevado, hay quien todavía es capaz de elaborar todo un hilo argumentativo, de lo más absurdo, por supuesto, para defender a alguno de esos dos desdichados o a sus respectivos movimientos políticos. ¿Es que no ha quedado claro que la clase política, y, más aún, la mexicana, no tiene, entre sus propósitos ontológicos, el velar por el bienestar del tejido social que la sostiene?

Pese a que la recaudación tributaria no hace más que aumentar año con año, llenando las arcas de todos los niveles gubernamentales, los ciudadanos de a pie nos tenemos que conformar con las migajas que se requieren para cumplir con la primera parte de la máxima milenaria de “pan y circo”, mientras los administradores de tamaña tesorería no tienen que preocuparse por otra cosa más que por desvanecer, eso sí, de manera no tan cínica, un puñado de esa riqueza para asegurarse, a ellos mismos y a su estirpe, una prosperidad sin precedentes.

El cuento ha sido el mismo con cada mesías político que aparece en vísperas de una nueva elección. Arengas incendiarias que le recuerdan al pueblo, precisamente, todo lo que se ha mencionado aquí, pero con un aditivo que le propina una buena dosis de esperanza. Una promesa de cambio radical en la vida pública del país. Al final, tristemente, cuando alcanza la cumbre de ese poder que le da la oportunidad de corregir el rumbo, la gestión de uno y otro “redentor” termina siendo la leña que degenera aún más a la sociedad y al propio Estado.

¿Y quién, si no, ha sido el mayor enemigo de los componentes de estos dos, engañados hasta la saciedad? ¿La ignorancia? Con tantos medios de divulgación a nuestro alcance, sería una vil excusa. ¿La resignación? Quizá, pero no porque demos por sentado que esta realidad es inmutable, sino por la indiferencia que un mínimo estado de bienestar nos genera.

En otros tiempos, en los que eran pocas las formas de entretenimiento accesibles para las clases medias y bajas, ya se estarían calentando los fuegos de la revolución, después de que estas últimas observaran cómo los ineptos e irreverentes gobernantes se ríen en sus caras.

Ahora, en cambio, podemos ver como un político, un auténtico parásito del sistema, como Gerardo Fernández Noroña pasa de mostrar, en un videoclip, un departamento de pocos metros cuadrados al tiempo que argumenta que “no tiene dinero” para después, en apenas cuatro años en el futuro, ser expuesto por vivir y poseer una mansión de doce millones de pesos. Es curioso que en el entretiempo hubo una elección presidencial en la que tuvo que ceder, “de buena fe”, en sus aspiraciones en dicha contienda por las candidaturas de otros miembros del corrupto movimiento guinda. 

No cabe duda de que somos dignos merecedores de un buen escarmiento por parte de nuestros ancestros. Los límites de nuestra tibieza están por verse.

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