SIN TON NI SON

Francisco Javier Escamilla Hernández

Últimamente se empieza a hablar mucho acerca de la inteligencia artificial, IA. Hay quienes piensan que es la solución para cualquier problema; incluso muchos jóvenes recurren a ella para resolver problemas psicológicos. Y no les ha ayudado mucho, por ello ahora voy a compartir algunos beneficios y riesgos que puede conllevar su uso.

Como inicié mi columna, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en uno de los desarrollos tecnológicos más influyentes de nuestro tiempo, desde asistentes virtuales en los teléfonos móviles hasta sistemas avanzados que gestionan grandes cantidades de datos, la IA transforma la forma en que trabajamos, nos comunicamos y tomamos decisiones; sin embargo, junto a sus ventajas indiscutibles, también plantea riesgos y desafíos éticos que deben analizarse con cautela.

Dentro de los principales beneficios, destaca su capacidad para automatizar tareas repetitivas y mejorar la eficiencia en múltiples sectores; en la medicina, por ejemplo, los algoritmos de IA pueden analizar radiografías y detectar enfermedades con gran precisión, ayudando a los profesionales a diagnosticar de forma más rápida; en el ámbito empresarial, la IA permite procesar grandes volúmenes de información para identificar patrones, optimizar cadenas de suministro y predecir tendencias de mercado. Asimismo, la IA contribuye al desarrollo de tecnologías innovadoras, como los vehículos autónomos o la robótica colaborativa en la industria.

Otro aspecto positivo es su impacto en la vida cotidiana como son aplicaciones de traducción automática, recomendaciones de entretenimiento personalizadas y asistentes de voz como Alexa o Siri. Esto hace que la tecnología sea más accesible y útil para millones de personas; incluso en la educación, la IA se emplea para ofrecer experiencias de aprendizaje personalizadas, adaptando los contenidos al ritmo y estilo de cada estudiante.

No obstante, la inteligencia artificial también genera riesgos y preocupaciones; uno de los principales es la pérdida de empleos ya que la automatización amenaza con desplazar a trabajadores en sectores como la manufactura, el transporte o los servicios administrativos, lo que obliga a replantear estrategias de capacitación y reconversión laboral.

Además, existe el problema de los sesgos algorítmicos y es dónde más cuidado debemos tener; la IA aprende de los datos que recibe, y si estos contienen prejuicios sociales o históricos, las decisiones automatizadas pueden replicarlos o incluso amplificarlos. Esto se ha evidenciado en sistemas de reconocimiento facial o en algoritmos de selección de personal que han discriminado a ciertos grupos.

Otro aspecto en contra es la dependencia tecnológica y la pérdida de privacidad; el uso masivo de datos personales para alimentar algoritmos de IA abre la puerta a un manejo indebido de la información, ya sea por empresas privadas o por gobiernos; también preocupa el potencial uso militar de la IA, como en sistemas de armas autónomas, que plantean dilemas éticos profundos.

La inteligencia artificial ofrece herramientas poderosas para mejorar la vida humana y resolver problemas complejos, pero también implica desafíos que requieren regulación, ética y responsabilidad. El futuro de la IA dependerá de cómo logremos equilibrar sus beneficios con la necesidad de proteger la dignidad, la seguridad y los derechos de las personas.

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