
- Daniel Valdez García
- 18 mayo, 2025
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18 de mayo de 2025
Sacerdote Daniel Valdez García
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, Hoy, tras el conmovedor y grandioso funeral del Papa Francisco y un breve pero significativo Cónclave con espíritu de fe, Dios nos sorprende nuevamente con la elección del Papa León XIV. Hoy, él ha inaugurado oficialmente su pontificado con una Eucaristía en la Plaza de San Pedro, rodeado de delegaciones de todo el mundo y una multitud de fieles. Muchos habrán notado que, al firmar, el Papa León XIV utiliza las letras “PP” en mayúsculas, que en latín significan “Pastor Pastorum”, o en español, “Pastor de pastores”.
Estas palabras nos recuerdan la responsabilidad sagrada que asume. Este V Domingo de Pascua, la Palabra de Dios tiene un tono de despedida, ya que el próximo domingo celebraremos la Ascensión de Jesucristo al cielo. Jesús, en su humanidad glorificada; luego, en la Asunción llevará a su Madre, como primicia de lo que hará por todos nosotros, sus discípulos El Santo Padre ha recibido con humildad, emoción y admiración, el palio pastoral y el anillo del pescador.
En medio de los cantos y bendiciones, ha escuchado la promesa de obediencia de cardenales, sacerdotes, diáconos, miembros de la vida consagrada, una pareja de esposos y dos jóvenes, representantes del pueblo de Dios venidos de diversas partes del mundo.
En la homilía del Sumo Pontífice ha iniciado con palabra de San Agustín, tomadas del libro de las confesiones (1,1.1). Saludos a todos con gratitud al inicio del ministerio que le ha sido confiado. Tenemos la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10). La elección ha sido obra del Espíritu Santo. Habló de Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro, ha sido el acto pedido por Jesús a Pedro para confirmar en la fe al pueblo de Dios, lo cual es posible porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación.
La pregunta de Jesús sobre el amor trata sobre el amor del Padre, en cambio la respuesta del Pedro habla del amor de amistad. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.
El ministerio petrino es eso: A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. Se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.
A Pedro se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos, llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma San Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9). Manifestando el Papa León XIV su primer gran deseo: “Una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”. Nosotros queremos decirle al mundo dividido y herido, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela!, pues como dice el lema de su escudo: “en el único Cristo somos uno”, con todas las iglesias cristinas hermanas, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.
Él nos anima a mirar a Cristo y a acoger su Palabra, siendo un faro de esperanza en un mundo dividido. En su lema: “en el único Cristo somos uno”, encontramos la esencia de nuestra misión: construir juntos un mundo nuevo donde reine la paz. Estamos llamados a ser un pueblo misionero, a sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo, sino abierto y solidario. En sus palabras: “¡Esta es la hora del amor! La caridad de Dios es el corazón del Evangelio”. Si esta caridad prevaleciera en el mundo, transformaría la sociedad.
El santo Padre nos exhortó: “Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20). Finalmente dijo: “Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad”. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros”. Queridos hermanos y hermanas, esa sensación que tuvimos de estar como ovejas sin pastor ha concluido, oficialmente ante el mundo, hoy ha iniciado un nuevo pontificado en la persona sensible, sencilla, firme y cercana de nuestro Papa León XIV. Es como si Jesús que se despide y retornara a la derecha del Padre, no dijera: No están solos, no deben estar solo, son muchos pero unidos en la armonía del Espíritu.
La frase “En el único Cristo somos uno” (“In Illo uno unum”) es una cita de San Agustín, inspirada en el salmo 127, que se ha utilizado como lema del Papa León XIV. Refiere a que, a pesar de ser muchos los cristianos, todos se unen en Cristo, formando una sola comunidad. Demos gracias a la Virgen María, en este mes que le dedicamos. Al evangelizar y catequizar, fortalecemos nuestra comunidad y nuestro compromiso con el mensaje de Cristo. Nos unimos como comunidad al grupo de mujeres de “Vencedores en Cristo” que hoy terminan su retiro. Oremos por nuestro Papa León XIV: Que el Señor lo guarde y lo bendiga, , lo haga santo en la tierra y no lo entregue a la voluntad de sus enemigo, y que, con su luz, nos guíe en el camino hacia la paz y la unidad.
Recemos la oración de Fátima: “Oh, Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente aquellas más necesitadas de Tu Divina Misericordia” (Nuestra Señora de Fátima, Julio 13, 1917).