Los aprovechados del sistema
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Ante el complicado mercado laboral en el que el mexicano promedio debe de introducirse con el objetivo de asegurarse un ingreso económico constante, aparece una interesante alternativa que, una de dos, o resulta sumamente beneficiosa tanto en el largo o corto plazo para el pretendiente o, no le reporta ninguna utilidad en cualquiera de ambos intervalos de tiempo: el sector público.
En este grandísimo campo habría que diferenciar dos tipos de plazas.
En primer lugar, estarían aquellas que, para ocupar, sería necesario que el aspirante forme parte del servicio profesional de la institución o dependencia. Es decir, que la vacante requiera de una convocatoria, así como también de una posterior evaluación de conocimientos generales y otros más específicos, necesarios para el correcto desempeño de la labor.
Mayoritariamente, las personas que ejercen estos cargos suelen ser los más aptos para ellos, salvo, por supuesto, casos en los que la poca talla moral del individuo vaya en detrimento de los objetivos del puesto o en los que sus aptitudes para el mismo queden en entredicho una vez tome posesión del cargo.
Por otro lado, existen, tristemente, las plazas en las que su condición de entrada depende, más allá de las competencias del sujeto, de la cercanía personal con el mandamás del área, secretaria, estado o del país entero.
Lo más irónico es que en el sector privado (donde las organizaciones pertenecen a particulares que no deberían de rendir cuentas a nadie por sus decisiones), las empresas medianamente serias conforman a su personal con base en un estricto proceso de selección que mide no solo las habilidades del postulante, sino también ciertas características de su psique.
La realidad es que esta segunda variante, donde se accede gracias a las “relaciones”, es la que más se repite en los todos los niveles de gobierno, en el federal, estatal, municipal y órganos autónomos.
Con el cambio de una administración es cuando dichos colaboradores viven sumidos en una preocupación incesante, ya que su permanencia en el puesto depende de la benevolencia o de los intereses del renovado jerarca. Es muy posible que este último traiga a su propia “gente”, como se le llama coloquialmente, para ocupar los diferentes encargos, echando por la puerta de atrás a los que ya estaban.
Los recién llegados, probablemente, gasten los siguientes tres o cuatro años en arreglar el caos que dejaron sus predecesores o en entender al cien por ciento las actividades que su puesto les exige. Y eso solo es si tienen una auténtica voluntad de hacer bien su trabajo o si así se los permiten sus dirigentes. De otra manera, sus esfuerzos irán encaminados a encontrar la forma de vaciar las arcas públicas sin que quede rastro de sus movimientos (he ahí el aspecto más provechoso de la administración pública) o meramente, a cumplir con lo imprescindible para seguir calentando la silla.
El gobierno, como nos lo han demostrado sus principales caras a lo largo de la historia, es un botín del que todos buscar sacar tajada. Ha sido muy poco el progreso que se ha obtenido en cuanto a transparencia y legalidad se refiere.
Muestra de ello son los devotos profesionales que si son sometidos a un severo escrutinio para determinar su idoneidad para las plazas vacantes y que nunca podrán alcanzar un rol directivo en algún punto de sus carreras.
Esos altos cargos están destinados, como lo dicta la política contemporánea, para los personajes que han hecho causa común con el máximo mandatario en su lucha por el poder, o para las figuras inconformes como premio de consolación, cualquiera de las dos.
No cabe duda de que los ciudadanos que hacen activismo en favor de un candidato durante alguna campaña electoral se ajustarían bien a dos tipos de perfiles.
Uno es en el que, desinteresadamente, se cree firmemente en el ideal del cambio, participando activamente en eventos proselitistas buscando ese fin.
El otro es este último, ya más entrado en años, con nuevas necesidades económicas, que, por defecto, aspirará a obtener una rebanada del rico (en términos monetarios) pastel llamado gobierno.
Hagamos un intercambio de ideas, escríbame por correo a [email protected] o en Twitter a @Jesus_LAguilar.