Lo que fue y lo que sigue: Donald Trump en la Casa Blanca
Por: Jesús Humberto López Aguilar
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no ha sido ninguna sorpresa para nadie. Después de un desastroso inicio de campaña por parte del actual presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, y su tardía declinación en favor de su segunda al mando, la vicepresidenta Kamala Harris, el voto de castigo que gran parte de la población norteamericana planeaba emitir ya era muy evidente.
¿Cómo llega el exmandatario nuevamente al poder? Con una sentencia dictada, algunos juicios abiertos, pero con un gran apoyo popular e, incluso, con el del empresario más acaudalado de nuestros tiempos, Elon Musk.
Esta vez, más que solo exacerbar las pasiones nacionalistas de un electorado de raza blanca a través de promesas que implicaban detener el ingreso de inmigrantes ilegales a la tierra de las oportunidades o de deportar a aquellos ciudadanos ilegítimos que ya estuvieran en dicho territorio, expandió su mercado meta a las familias tradicionales cuyos valores conservadores se han visto ofendidos o amenazados por la ola progresista que ya inunda el mundo occidental. Un discurso que iba en contra de la llamada ideología “woke”. Un término con un límite muy difuso, pero que, básicamente, engloba la defensa de los derechos de minorías como la comunidad LGBT y las razas históricamente oprimidas, aunque hoy es común que a este concepto solo se le relacione con el primer grupo referido. La propia simpatía del inversionista mayoritario de Tesla para con el candidato ganador, viene de una experiencia traumática con este movimiento. Su hijo fue parte de un proceso de transición de género para convertirse al sexo opuesto. Más tarde, por motivos relacionados con esta decisión, este último decidió romper cualquier lazo con su padre biológico, cambiándose de nombre y eliminando de el uno de los apellidos más mediáticos de nuestros días.
Por otro lado, la excesiva implementación de regulaciones y(o) restricciones por parte del gobierno demócrata en el comercio interno del país de las barras y de las estrellas ha causado un gran hartazgo en los emprendedores estadounidenses, tanto grandes como pequeños. El resultado de este descontento se hizo más visible gracias a las insólitas imágenes de comunidades amish luciendo orgullosos en sus carretas banderas con el apellido Trump. Inauditas porque estos grupos de personas han mantenido un estilo de vida aislado, ajeno a la vida pública. Ha sido en el desempeño de su actividad económica, la venta de productos agrícolas y ganaderos, en donde han encontrado trabas por parte del gobierno, quien ha multado a algunos de sus miembros por no portar un permiso del Estado para comercializarlos. Y es que el proyecto de nación de Donald Trump contempla una política económica proteccionista, evitando una inundación de productos extranjeros al mercado estadounidense, fomentando con esto los productos originarios. Claro que, para estos grupos, y para los grandes empresarios americanos, esta propuesta se muestra realmente atractiva.
No obstante, cabe señalar que resulta un tanto contradictorio que el país que ha anegado al mundo con la fuerza de su maquinaria propagandística de artículos manufacturados por empresas norteamericanas, suprimiendo por completo la posibilidad de competencia por parte de compañías autóctonas en sectores enteros de las economías nacionales, quiera imponer aranceles excesivos a productos, en su mayoría chinos, que buscan competir en precios y calidad con los estadounidenses. Pareciera ser que la libre competencia solo es aplicable cuando los beneficios para los creadores del capitalismo están asegurados.
En suma, lo que tenemos a la vista es la administración de un personaje que una vez más ha jugado magistralmente sus cartas, poniéndole nombre y apellido a aquellos que pueden o no ser los culpables del descontento de una gran parte de los estadounidenses.
Teniendo en cuenta las arengas del próximo mandatario, a México le puede ser muy fructífera su gestión, ayudando a cortar las cabezas de un todopoderoso crimen organizado, además de también mantener a raya a la coludida administración populista, corrupta y déspota que encabeza una mujer experta en mentir, robar y traicionar, como toda la clase política que la acompaña.
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