México y España: Traumas no superados
Por: Jesús Humberto López Aguilar
12 de octubre, fecha del mal llamado “Descubrimiento de América”. Aquí vale la pena subrayar que no es mal llamado por la argumentación de los pocos conocedores de la historia, que señalan con ímpetu el supuesto genocidio llevado a cabo por los castellanos, sino por la generalidad del propio nombre, al que, claramente, se le deberían de agregar las palabras “por los habitantes del Viejo Continente”.
Cada vez que esta fecha llega a los calendarios de las sociedades hispanoamericanas, un duro sentimiento de resentimiento llega a los corazones de gran parte de sus miembros, satanizando todo lo que celebre aquel crucial momento de la historia del hombre.
Estatuas de un visionario como pocos, Cristóbal Colón, son vandalizadas por masas ignorantes, e incluso, removidas por autoridades que, en vez de atender a los problemas del presente, buscan ganar popularidad exacerbando la grandeza de una civilización que vivió hace poco más de 500 años.
En ese sentido, cuando el expresidente Andrés Manuel López Obrador llegó a Palacio Nacional, uno de sus primeros actos fue enviar una carta al rey de España para pedirle de la manera más atenta que emitiera públicamente sus disculpas por las atrocidades cometidas por los castellanos en contra de los pueblos americanos. Más tarde, cuando la presidenta Claudia Sheinbaum tomó las riendas del Poder Ejecutivo, revivió la agria polémica, reiterando su petición al monarca español.
En el reciente aniversario de la llegada del marinero genovés, muchas personalidades, animados por las arengas de la mandataria, se aventuran a compartir sus propios puntos de vista, llenos de toxicidad, que claman justicia por todos aquellos actos. (¿?)
No es que los castellanos se hayan comportado de la manera correcta al llegar a las tierras que hoy conforman nuestro amado país, pero la realidad es que se condujeron de la misma manera que cualquier pueblo avanzado, tecnológica y militarmente hablando, pero también, moralmente primitivo. Aspecto que ha caracterizado a todas las culturas de las que se tienen registro, incluyendo, por supuesto, a las sociedades actuales.
No hay mejor ejemplo que el del gran imperio sometido, el mismísimo Estado Mexica que subyugó a casi todos los pueblos de Mesoamérica gracias a su habilidad para la guerra, fortalecida por un sistema de movilidad social en el que sus miembros podían progresar en función de sus hazañas logradas en ella.
Fue a través de la imposición, a los otros pueblos de la época, de su dios Huitzilopochtli como deidad principal a la que forzosamente debían adorar, con la amenaza de que, si no lo hacían, su ciudad sufriría de saqueo y su población de esclavitud, cómo los mantenían como tributarios.
Otra cosa que se le suele achacar en gran medida a los castellanos, con toda razón, es la perdida de una cultura que incluía una cosmovisión totalmente distinta a la occidental, de la que apenas quedan unas pocas interpretaciones que, muy seguramente, son medias tintas de lo que en realidad fue. No obstante, los mexicas, por instrucción del gran consejero del primer Moctezuma, conocido como Tlacaélel, se mandaron a quemar todos los registros que contradijeran la falsa historia de grandeza de la que, según ellos, siempre gozo su pueblo, cuando verdaderamente fueron humillados por la mayoría de los reinos del Valle de México antes de la consolidación de su hegemonía. En esta quema se perdieron muchos códices que guardaban gran parte de la casi extinta religión tolteca, en donde los sacrificios humanos eran considerados como actos de barbarie y se privilegiaba el crecimiento espiritual, para satisfacción de la deidad principal, Ometeotl, antes que la complacencia a dioses que representaban a las fuerzas de la naturaleza.
Conocer la historia completa es importante para reafirmar el hecho de que los pueblos poderosos han asimilado a los pueblos menos poderosos sin importar su lugar de origen o cultura. Una civilización se podrá considerar realmente avanzada cuando no intervenga en el proceso natural de evolución de aquella a la que supera, manteniéndose completamente al margen. Así mismo, hay que recordarle a la presidenta que los pecados del padre no pasan al hijo.
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