La realidad de la cultura en México

Por: Jesús Humberto López Aguilar

Si le preguntáramos a un extranjero mínimamente ilustrado por las palabras que, según su perspectiva, definirían a México, muy probablemente entre ellas se encuentre la palabra cultura. Nuestro magnífico país, a pesar de las crisis que lo asolan en diferentes ámbitos, nunca dejará de brillar por ser un país rico en tradición e historia, sin un igual en el mundo.

La historia que más suele recordarse es la que comprende al México Prehispánico, en donde incontables sociedades surgieron y alcanzaron un esplendor que nada le tiene que envidiar al de las grandes civilizaciones que existieron al otro lado del océano.

No obstante, en la vida cotidiana, se aprecia muy poco el legado que aquellas sociedades dejaron. Persiste aún menos el deseo por intentar entender cómo vivieron y que los motivo a realizar tan magnas obras.

Prueba de esto es el nulo que apoyo que el gobierno de México da a la cultura, a la investigación o a la preservación de las zonas arqueológicas del país.

Teotihuacán, que pudiera calificarse como la zona arqueológica insignia, no solo de México, sino de todo el mundo, ve como la pirámide del sol y de la luna se cubren poco a poco de maleza, como si el hecho de que sean consumidas nuevamente por la naturaleza circundante no tuviera importancia.

Por otro lado, si hoy en día el amable lector se animara a visitar alguna de las zonas arqueológicas del territorio nacional a cargo del INAH, es muy probable que se encuentre en la entrada del recinto con carteles mostrando arengas al gobierno por parte de los trabajadores que incluyen la exigencia de recibir sus salarios, la inyección de recursos económicos para la preservación de las ruinas o el nombramiento de personas que respondan a la institución y no a intereses políticos. Situación que no debería de sorprender, teniendo en cuenta la reciente imposición de un incompetente como Mario Delgado como secretario de educación pública.

Por si no fuera poco, los museos de los sitios están en condiciones lamentables, con carteles de información con años de antigüedad, así como con exposiciones mutiladas, desprovistas de las principales piezas halladas en el propio sitio. En palabras de un guía del sitio arqueológico de Tula, misteriosamente retiradas y sin ninguna pista de su paradero.

En cuanto al porcentaje de exploración de los sitios previamente mencionados, se calcula que en Teotihuacán y Tula se tiene, respectivamente, un número cercano al 20 y 8 por ciento. Resulta increíble, y triste a su vez, que en sitios de tal importancia no exista interés por parte de las autoridades de desenterrar los secretos del pasado. Son arqueólogos independientes, quienes a través del cobro de visitas privadas a ubicaciones no abiertas al público en general, financian sus propias investigaciones. De hecho, así fue como se descubrió el impactante túnel que yace bajo el templo de Quetzalcóatl, en la ciudad de los dioses.

El dinero que se recauda de las entradas no se emplea en los sitios para un uso en particular, se recauda por parte de tesorería central y se destina al fin que el gobierno decida.

Pudiendo despertar la curiosidad de la sociedad mexicana por su pasado, propiciando que los jóvenes y no tan jóvenes encuentren una pasión por el conocimiento, evitando que caigan en entretenimientos perniciosos que desemboquen en comportamientos no deseables o, viéndolo desde un punto de vista más superficial, encumbrando al turismo como una de las principales fuentes de ingresos para el país, se prioriza la manutención de programas sociales que tengan como objetivo, más que apoyar realmente a las personas que los necesitan, ganar simpatías para asegurar un resultado electoral.

La retórica que manejan las altas esferas del poder dice sentirse orgullosa del pasado nacional, rememorando con petulancia la grandeza de aquellos que nos precedieron. Sin embargo, en la práctica, buscan únicamente encontentar al vulgo con soluciones funcionales en el corto plazo.

El interés que tiene un pueblo por la cultura es un indicador de la estabilidad de la que goza. ¿Nuestra sociedad la tiene? Claramente no.

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