La vida que se nos escapa como agua entre los dedos

Por: Jesús Humberto López Aguilar

Fueron años de expansión y crecimiento desmesurado en los que nunca nadie se detuvo a pensar en la sostenibilidad a largo plazo que suponía el incremento poblacional.

Actualmente, más que en los largos embotellamientos, en el encarecimiento de la vivienda o en la complicada movilidad urbana, lo observamos en la crisis hídrica que azota ya no solo a las ciudades del norte del país, sino a toda la región del centro, incluida la magna Ciudad de México.

Quizá aún no sea un problema lo suficientemente grave para que las localidades céntricas e importantes de las ciudades lo resientan, pero no tardará mucho para que las alcance. Las movilizaciones de los habitantes que ya se han visto agravados por los recortes de agua parecieran ser para la mayoría una mera “manifestación” más, pero la pregunta que se debería de plantear es si de verdad tiene que llegar un serio descontento general para que, tanto las autoridades, como cada uno de nosotros, decidamos hacer algo.

El sistema Cutzamala, proveedor principal de agua dulce de la Ciudad de México y el Estado de México, está atravesando la crisis más severa de toda su historia. Aunque la Comisión Nacional del Agua ya redujo el flujo del caudal que envía a estas poblaciones (de 9 metros cúbicos por segundo a 3 metros cúbicos por segundo), ya hay una fecha en la que el líquido vital dejara de llegar a los habitantes y empresas que hacen uso de ella. Será el próximo 26 de junio cuando el sistema llegue a su nivel más bajo. Coincidirá con la temporada en la que, en teoría, las lluvias alimentarían nuevamente al sistema, pero que, como observamos el año pasado, no llegarán hasta meses después por las alteraciones en el ciclo de las estaciones.

Si bien el consumo excesivo de este bien tan valioso no es la única causa de su escasez, aunque si una de las principales, también existen otros factores que empeoran la situación.

Uno de estos es la sequía que nuestro territorio está padeciendo. Según información proporcionada por el Servicio Meteorológico Nacional, el 81.87% del país sufre de esta condición, algo verdaderamente inquietante para el ya mermado Sistema Cutzamala.

Una cuestión que debería ser un motivo más de alarma es el escaso o nulo seguimiento que los diferentes medios de comunicación le están dando a este asunto, muy probablemente, por falta de interés de la audiencia en general. Tristemente, son otros temas menos relevantes, pero mucho más polémicos, los que están permeando en la conciencia colectiva de nuestra sociedad.

Lo que sí es evidente es que este sentido de despreocupación puede hallar justificación en las formas y usos del mexicano, tendiendo a fijar su atención no en el futuro, aparentemente lejano para él, sino en su presente inmediato. Este argumento nos lleva de regreso al supuesto inicial, en el que la viabilidad a largo plazo de una zona urbana nunca fue un tema de discusión para los primeros colonos.

No hay la suficiente holgura para usar el agua de manera arbitraria (aunque en tiempos de bonanza tampoco debería de ser así). No es posible que grandes cantidades de este líquido se estén desperdiciando en actividades no esenciales, como en el riego de césped u otros tipos de flora de naturaleza estética. Las grandes empresas, que emplean una cantidad exorbitante de este recurso no renovable, tienen un papel importante, para variar, en este problema. Aunque el buen desempeño de la economía depende en gran medida de sus actividades, sería prudente priorizar la conservación de este compuesto dador de vida, y de paso, replantear el sistema económico que conduce a una desenfrenada explotación de los recursos básicos de nuestro planeta.

No obstante, resolver esta crisis dependerá de cada uno de nosotros como individuos. Debemos de restringir el uso del agua a labores estrictamente esenciales como el aseo personal y algunas actividades del hogar.

Podemos alzarnos de hombros y seguir manteniendo un estilo de vida desentendido de la realidad, pero entonces, aceptemos ser testigos de nuestra propia caída.

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