Replanteando al Estado y a la sociedad civil
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Cada sociedad nacional, en su proceso de transición a la globalización, ya es demasiado compleja como para que una solución integral resuelva todos y cada uno de sus desperfectos. Son tantas las variables que se interrelacionan entre sí, que, desenredar una por una para corregir el rumbo de alguna de ellas, representaría décadas de esfuerzos conjuntos.
Sin embargo, la organización para lograr esto ya no es viable por las motivaciones e intereses que sostienen a cada uno de ellos. Tanto los grupos de poder, como las mayorías y minorías, persiguen una meta u objetivo que dista enormemente de la que pudiera tener cualquiera de estos otros conjuntos, ya que, a su vez, ven centrada su atención en alguna de las complicaciones que los aqueja, siendo todo esto un entramado de círculos viciosos en donde se encienden y se apagan constantemente los destellos de mejoría que pudieran llegar a surgir.
La clave del éxito del modelo económico capitalista frente a otros modelos está en que el Estado relega a las masas su propia organización, viéndose beneficiadas aquellas partes que cuenten con alguna ventaja en términos de recursos o conocimientos. Esto se debe a que, conforme al concepto de Estado que los antiguos filósofos elaboraron, no se contempló, que, en algún punto, la población iba a rebasar la capacidad de este, especialmente si no se regulaba.
El Estado, compuesto por una pequeña mínima parte de su población, ya no puede ser un ente simbionte de la sociedad civil, y menos aún, de manera inversa, en donde este exija al primero el establecimiento de orden y bienestar social. Es como el padre que requiere a un profesor que eduque a sus hijos, mientras él, en casa, los malcría con el ejemplo de comportamientos indeseables.
La sociedad debe de ser parte de un todo, en donde a través del consenso común y la participación de todos, se defina la forma de organización que los ayudará a caminar hacia el mismo destino. Sin embargo, la realidad es que todos nos encontramos demasiado dispersos para imaginar un escenario así. La exposición a diferentes corrientes de pensamiento e información, así como el excesivo apasionamiento que hay por diversos entretenimientos y derivados, añaden aún más sesgos a nuestra cosmovisión. Es crucial salir de este vaivén de dioses falsos y ensimismamientos para aceptar que es necesario replantear nuestro rumbo.
Por su parte, la familia, desde los albores de la civilización, es la expresión más simple de organización. Es un modelo escalable, que debe de ir desde una pequeña comunidad o colonia, a un municipio, pasando por un estado federal y de ahí, al país entero. No se puede confiar la organización de un municipio a los funcionarios de este, que, en proporción con sus habitantes, son una parte minúscula. Cada uno debería de ser partícipe de lo que sucede en su propia cuadra, manteniendo, por ejemplo, la calle bien cuidada y limpia.
Existen cuestiones que se pueden relegar a la que hoy se conoce como sociedad civil, fomentando, de esta manera, la responsabilidad y el compromiso.
En cuanto al no acatamiento de estas responsabilidades, o a la violación de la ley en sus diferentes formas, corresponde a determinadas instituciones de la sociedad organizada, dictar la respectiva penalización o castigo, pero, es deber de los integrantes de todos los órdenes ya mencionados, el desprecio y ostracismo de esta clase de comportamientos.
Antes de pensar en la democracia como un medio de acceso al poder, debemos de imaginarla como un diálogo entre diferentes puntos de vista. Un ejercicio que se lleve a cabo de manera constante, no delimitada, a cuestiones del ámbito político. Conjugado con la participación e involucramiento total de la sociedad, llevará a la homogeneización de objetivos, creando, a su vez, una organización eficiente que resuelva los problemas de manera puntual y acertada. Velar únicamente por nuestro bienestar y el de nuestros más allegados, llevará al agravamiento de nuestras dolencias colectivas, pero, es ahí, en donde deberíamos preguntarnos si lo mejor es exigir o actuar.
Hagamos un intercambio de ideas, escríbame por correo a [email protected] o en Twitter a @Jesus_LAguilar.