¿HOY EN DIA ES UN PELIGRO USAR VESTIMENTA CLERICAL?
12 de septiembre, 2023: Santísimo nombre de María
Reflexión
Sacerdote Daniel Valdez García
Queridos hermanos y hermanas,
Ayer expresé, sin intención de academizar, ser optimista o pesimista, mi disposición de ofrecer respuestas acerca de la existencia de los sacerdotes hasta la llegada del próximo domingo, momento en el cual presentaré argumentos realistas en la “aquí y ahora”.
Hoy conmemoramos la memoria del santísimo nombre de María, cuyo nombre es el amanecer de la salvación para los seguidores de Jesús. Es un nombre inherentemente materno que deriva del hebreo Miriam y evoca las cualidades de “doncella, princesa y señora”. Bajo ese abrazo materno, abordo la temática que planteo en esta propuesta de reflexión.
En las siguientes semanas, seguiremos explorando los textos de las cartas de san Pablo, y yo he optado por enfocarme en el pasaje del evangelio de san Lucas, procurando jamás descuidar el contexto de dicho texto.
“Por aquellos días, Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. Eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago, el hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Fanático; Judas, el hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar del monte con sus discípulos y sus apóstoles, se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y Jerusalén, como de la costa, de Tiro y de Sidón. Habían venido a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 12-19).
El evangelio de san Lucas y el libro de los Hechos de los apóstoles nos muestran de manera egregia la trascendencia de la oración en la vida de Jesús y sus discípulos. En estas sagradas escrituras se vislumbra con clarividencia cómo Jesús, en vísperas de seleccionar a sus seguidores, empleó la noche para sumirse en la comunión divina a través de la oración. No obstante, no podemos ignorar los acontecimientos en la hora fatídica: la traición de Judas, la negación de Pedro y la fuga de los demás apóstoles. Tan solo Juan, en compañía de María, madre de Jesús, y las demás Marías, perseveraron en su lealtad hacia él, acompañándolo hasta la cruz y su sepultura. Fue únicamente tras la resurrección de Cristo y en oración reciben el descenso del Espíritu Santo, y estos fieles discípulos se erigieron como intrépidos sucesores de la misión encomendada por Jesús.
La oración se alza, por tanto, como un pilar crucial ante cualquier encrucijada, no para imponer nuestra voluntad a Dios, sino para que nosotros nos sometamos a la suya. A menudo, les digo a los jóvenes que si desean entretener a Dios, deberán relatarle sus planes. En verdad, lo esencial es que nuestra misión, respuesta y cumplimiento concuerden con la divina voluntad. Siguiendo el ejemplo de Jesús, quien aún ante la eventual fragilidad de sus discípulos, oró con confianza y certeza al Padre celestial al escoger a los Doce
Desde la década de los 80, comenzó a manifestarse en el entorno social una serie de conductas desafiantes e insultantes hacia las religiosas y los sacerdotes, e incluso hacia aquellos que devotamente peregrinan a lugares sagrados como la Insigne Basílica de Guadalupe. Como seminarista, mientras me dirigía en peregrinación, numerosos conductores de vehículos lanzaban ofensas a su paso. Durante las misiones navideñas en San Francisco Infonavit, un grupo de jóvenes nos vejaba por vestir nuestras sotanas. Y esto no es algo que se haya dejado solamente en el pasado, ya que en la actualidad se ha reportado un incremento en las agresiones hacia aquellos que portan la vestimenta clerical, llegando incluso a casos de asesinato. No se trata únicamente de los temas actuales de pederastia o de la incomodidad que puede causar la vestimenta sacerdotal, sino de una violencia irracional dirigida hacia personas que son diferentes y que se atreven a ir en contra de la corriente predominante. ¿Significa esto que se está convirtiendo en un peligro portar prendas que denoten una consagración religiosa: traje clerical, sotana o hábitos religiosos? Sí y no. Sí, porque las mujeres musulmanas que visten prendas sagradas en cumplimiento de su fe también reciben insultos, sin embargo los monjes budistas no enfrentan tales situaciones. Esto nos lleva a deducir que la vestimenta no debería ser excluyente, sino más bien identitaria, tal como sucede con los agentes de la salud, la seguridad y la protección civil.
Recuerdo haber contemplado la película biográfica de San Josémaría Escriba de Balaguer en mi tierna infancia, mientras me encontraba en su amada península ibérica, inmersa en un manto nevado. Durante este visionado, pude vislumbrar las huellas impresas en el camino, indicando el paso de un hombre descalzo. Tal imagen ejerció un profundo impacto en mi ser, llevándome a cuestionar a mi progenitor sobre la razón que movía a ese religioso a despojarse de calzado. Con gran perspicacia, mi padre respondió a mi inquisición, aunque yo discerní que, en aquel entonces, prevalecía la importancia de vestir una indumentaria modesta y convencional, conocida como traje clerical. Como seres humanos abocados a una vida consagrada o al ministerio sacerdotal, no debemos temer portar con orgullo nuestra vestimenta como símbolo de identidad. Más bien, debemos asumirla como testimonio de nuestra dedicación a la oración en beneficio de todos, invitando a aquellos que nos contemplan a reconocer nuestra bondad y servicio a Dios. De forma similar a los profesionales de la salud, los guardianes de la seguridad y los integrantes de la protección civil, procuramos el bienestar de los demás de manera constante. Que nuestras acciones se distingan por el sincero anhelo de velar por el bienestar ajeno.
Recemos a Dios para que nos brinde vocaciones sólidamente cimentadas en la oración, de manera que siempre nos dirijamos a Él en beneficio de las personas antes de compartir Su mensaje con los demás.
Amén, amén, Santísima Trinidad.