El legado trágico de Mijail Gorbachov
- José Edgar Marín Pérez
- 1 septiembre, 2022
- Columnas
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El día de hoy abordamos el fallecimiento de una figura política, sin él sería imposible el entendimiento del devenir geopolítico en el siglo XX, con una vida relativamente larga (91 años), por los que transcurrió de todo. Una vida multifacética y llena de vértigo, que terminó en el Hospital Central de Moscú, derivado de una larga y grave enfermedad.
Así en esas condiciones termina la vida del hombre que logró construirse un respaldo político y apoyo sin igual, una especie de cariño occidental, gracias a las decisiones asumidas en su gestión al frente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la antigua URSS.
Destacó por implementar lo que se conoce como la glásnost y la perestroika, revisó e intentó corregir el rumbo de siete décadas bajo el régimen comunista e impuso un nuevo ciclo.
Bajo su liderazgo, para algunos cuestionable, llegó el fin de la Guerra Fría y la disolución de la poderosa Unión Soviética, en donde cumplió la promesa y brindó una apertura más amplia para la vida social y política, mientras se dispuso a restructurar la sociedad mediante medidas efectivas e impulsar la economía que recibió en dificultades. Si algo queda claro es que nunca fue su intención acabar con el Imperio soviético, pero algo sucedió y a cinco años de llegar al poder encabezó la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Finalizó los eventos desafortunados en Afganistán y, en un periodo de cinco meses calificados como extraordinarios durante 1989, mantuvo una firmeza titánica mientras el sistema comunista se desmoronaba desde el Báltico hasta los Balcanes, 1855 kilómetros de distancia física pero simbólicamente iniciaba una nueva era.
No obstante, esos primeros cinco años de Gorbachov en el poder, fueron destacados por logros significativos e incluso extraordinarios, como son los siguientes:
Presidió un acuerdo armamentístico con Estados Unidos, que eliminó por primera vez todo tipo de armas nucleares y empezó la retirada de la mayoría de las armas nucleares tácticas soviéticas de Europa del Este.
Retiró las fuerzas soviéticas de Afganistán, un reconocimiento tácito de que la invasión de 1979 y la ocupación de nueve años había sido un fracaso.
Si bien no fue muy claro en un inicio, con el tiempo expuso el desastre de la planta nuclear de Chernóbil al escrutinio del público, en una muestra inédita de franqueza en la Unión Soviética.
Autorizó elecciones multipartidistas en ciudades soviéticas, una reforma democrática que en muchos países sacó del poder a líderes comunistas que fueron sorprendidos.
Supervisó un ataque a la corrupción en las altas esferas del Partido Comunista, una purga que retiró a cientos de burócratas de sus cargos.
Permitió la liberación del disidente Andréi Sájarov, el físico que había sido instrumental para desarrollar la bomba de hidrógeno soviética.
Retiró las restricciones a los medios y permitió la publicación de libros que habían sido censurados, así como la exhibición de películas prohibidas.
En una dramática divergencia con el ateísmo oficial de la historia soviética, estableció contactos diplomáticos formales con el Vaticano y ayudó a promulgar una ley de libertad de conciencia que garantizaba el derecho del pueblo a “satisfacer sus necesidades espirituales”.
Gracias a estas decisiones nacía un nuevo entorno geopolítico, de las cenizas de países ya debilitados por actos de corrupción generalizada y con el letargo de economías moribundas, que ya no tenían relación con la Agenda del Partido Comunista, mismo del que Gorbachov fuera Secretario General y un hijo político siempre leal.
De este modo, la recepción del Premio Nobel de la Paz en 1990, fue la antesala del Armagedón de hielo, las renuncias ya no eran suficientes para calmar el hastío, después de las promesas rotas materializadas en estantes vacíos y lugares abandonados, grises y rotos como en las imágenes poéticas nacidas en el corazón exiliado del poeta Vladimir Nabokov:
“…Se paraliza el tic-tac del reloj
de mi aturdida conciencia,
pero nuevamente vuelvo a sentir
el amparo del afortunado exilio.
Sin embargo corazón, cómo hubieras deseado
que todo hubiera ocurrido de verdad:
Rusia, estrellas, noche de fusilamiento
y el barranco lleno de flores de aliso.”
Así fue la gesta política de este hombre, como las notas de un himno, como los cuatro actos de “El lago de los cisnes” interpretados por el Ballet de la Academia Bolshói, cuento de hadas que debía cumplir con el silencio implacable que se percibe entre la caída del telón y el primer aplauso, así se apaga la vida de una tragedia humana que portaba el apellido Gorbachov.
Twitter: @EdgarMaPe